El dolce far niente estival contribuye a poner la mirada en cosas que no forman parte de tu día a día rutinario y el otro día caí en una reflexión que me gustaría poner de manifiesto. Hace unos días leía en la sección de Economía de uno de los principales diarios del país que, una determinada entidad bancaria -no importa el quién sino el qué- no realizará operaciones en ventanilla. La noticia hablaba de prohibir determinadas operaciones de pago en efectivo en algunas oficinas. La buena noticia que destacaba el banco es que no afectará a los cajeros automáticos. El banco justifica la medida alegando que, aunque el servicio se suprime, seguirá disponible en una sucursal central cercana, y que los clientes han sido debidamente informados por carta. Los motivos aludidos son que «el entorno de menor rentabilidad para la industria financiera provoca que la eficiencia se convierta en prioridad, y sea necesario ir hacia un modelo de organización más ágil, sencillo y automatizado sin que le cause perjuicio al cliente». Inmediatamente no pude evitar pensar en una persona muy cercana. Mi hermano de 78 años, no usa el móvil, no usa el correo electrónico ni los cajeros automáticos. Pensé que la «eficiencia» mencionada por la entidad bancaria es sólo para un sector de la población -los nativos digitales suficientemente preparados-. ¿Cuántas personas se van a ver excluidas del sistema? Para las personas de una cierta edad, el contacto físico con la oficina es vital.

No es infrecuente ver a personas mayores que en un cajero necesitan del auxilio de un acompañante, porque no se aclaran con las teclas, porque no recuerdan su clave, porque no ven bien, porque? pertenecen a un mundo que no es el de la era digital, sin entrar a valorar el riesgo que corren de quedar a merced de cualquier desaprensivo capaz de abusar de su confianza. Tal vez deberíamos reflexionar sobre la esclavitud de los cajeros para nuestros mayores que pertenecen a una generación para quien el director o el gestor del banco, su médico de cabecera o el farmacéutico son referentes por confianza, por trato y profesionalidad.

¿Quién, en algún momento de su vida, no ha sido víctima del «sufrimiento digital» al que estamos sometidos para acceder a multitud de servicios y realizar nuestras tareas más cotidianas? Consulta de facturas, pagos, altas y bajas de telefonía móvil, etc. son algunos ejemplos de trámites y servicios que las empresas invitan a realizar por internet. La tecnología está bien y es el futuro, pero la servidumbre exclusiva del móvil no puede ser la única opción a disposición de toda la ciudadanía. Volviendo a las sucursales bancarias, el número ha caído en los últimos diez años. La población española que actualmente no tiene acceso a oficinas bancarias o a puntos de acceso al dinero en efectivo es ligeramente superior al 2%. Con el actual ritmo de cierre de sucursales bancarias, se estima que en 2025 un 5% de la población española tendrá dificultad para acceder al dinero en efectivo y cerca de tres millones estarán en grave riesgo de exclusión financiera; un riesgo que entraña consecuencias sociales y económicas. Esta es la principal conclusión de unas jornadas celebradas recientemente por el Instituto Coordenadas de Gobernanza y Economía Aplicada sobre la brecha financiera en España.

La expresión «exclusión financiera» se refiere a la dificultad o incapacidad de ciertas personas para acceder a todos o algunos de los servicios financieros ofertados por entidades autorizadas. Las razones de esta exclusión financiera se deben a la falta de oficinas físicas en el entorno y a la falta de educación financiera o de la tecnología digital. Se cierran sucursales, se restringen las operaciones con dinero en efectivo en oficinas y los cajeros automáticos. La tormenta perfecta. Esto afecta mayoritariamente a la población rural y a la población de avanzada edad que no domina internet. Estas personas no saben, no quieren, no se fían y sólo conciben el trato directo con la oficina. Los expertos avisan: dificultar el acceso al dinero incrementa la desigualdad y fomenta un reparto injusto de la riqueza, a la vez que deja al ciudadano en una situación de vulnerabilidad. Un mundo sin dinero incrementará notablemente el poder financiero, y las instituciones financieras controlarán -si no lo están haciendo ya- cada uno de nuestros movimientos hasta niveles preocupantes de control social.

Noticias como la mencionada deberían preocuparnos por su alcance y salir de la sección de Economía. Tenemos que crear los mecanismos para que no se vulneren los derechos de la ciudadanía. Por una parte, tenemos que velar por los servicios mínimos financieros en la denominada «España vacía» y por otra, se ha de prestar una atención especial a las personas mayores que debe ir acompañada de la necesaria alfabetización digital; y esta atención especial me temo que no la contemplan muchas entidades bancarias. Porque la sociedad digital debe incluir la competencia ciudadana para ser parte de ella. Si seguimos así, las zonas rurales y las personas de avanzada edad, hoy mayoritarias, sin cajeros, sin medios digitales quedarán por completo excluidas del sistema. No lo podemos permitir porque las consecuencias serán irreparables.