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La andanada

Bilbao y la verdad del toro bravo

En la crónica referente a la corrida de toros de Victoriano del Río lidiada el pasado miércoles en Bilbao recordábamos una frase lapidaria, quién sabe si histórica o legendariamente atribuida a Juan Belmonte, y que ha quedado ya como una máxima de sabiduría taurina: «¡Que Dios te libre de un toro bravo!». Venía a cuento de ese gran Ruiseñor que cerró aquella tarde y que tocó en suerte al alicantino José Mari Manzanares.

Y es que la Aste Nagusia ha dejado unas cuantas muestras de cómo de dura es la profesión del torero cuando el animal que sale por chiqueros hace cumplida justicia al calificativo que tiene ese animal totémico. La bravura es un concepto de compleja definición, a pesar de lo que muchos puedan creer, y muestra multitud de aristas y de caras, a modo de poliedro que cada cual puede mirar desde una perspectiva u otra. Intentó ponerlo en negro sobre blanco don Álvaro Domecq y Díez en aquel libro de escueto pero diáfano título: El toro bravo. Y miren por dónde alguno de sus pupilos póstumos lidiados el pasado martes (y otros de años anteriores) en el grisáceo ruedo bilbaíno bien respondieron a aquello que explicaba el también rejoneador jerezano: Florista y Espumoso lucieron, en diferente grado y medida, aquello que el creador de su hierro soñó algún día.

El problema está en la disparidad de criterios entre el criador y el que se pone delante en la plaza. Ellos dicen que no, que lo que vale para unos vale para otros, pero lo afirman con el subconsciente metido en números: si a las figuras del toreo le gustan ciertos toros, sus ganaderos se aseguran lidiar camadas completas de manera beneficiosa. Y esto ha sido así desde Joselito «El Gallo» hasta hoy, porque antes la actividad ganadera era el capricho de nobles acaudalados (de ahí todos esos hierros de duques, marqueses, condes y demás rancia alcurnia) en el que no metían las narices los espadas, que se dedicaban a intentar demostrar que eran capaces de lidiar con relativa facilidad, galanura y éxito cualquier tipo de toro. Con el genio de Gelves cambió la cosa, pues su claridad de pensamiento le hizo ver la evolución que estaba sufriendo el gusto del público y el camino hacia una tauromaquia mucho más pinturera y centrada en la personalidad muletera del diestro.

Desde entonces acá, las diferentes figuras que en la Historia han ido marcando sus preferencias han ido determinando, en gran medida, la evolución genética del toro bravo, desde las propias cualidades a la hora de embestir hasta las líneas genéticas (encastes) preferidas y a extinguir. En todo este tiempo, la bravura ha evolucionado desde la cualidad que hace del toro un animal fiero en la defensa a través del ataque continuo, hasta el astado que igualmente se entrega a la lucha atacando, pero con un viaje noble y, a poder ser, menos violento cada vez. Y a fe que muchos ganaderos lo han conseguido, no solo los de la línea domecq, clara vencedora en el proceso selectivo mencionado, sino también otros diferentes, de entre los que destacan por curioso el encaste albaserrada. Ahora se prima la clase, la humillación, la bondad, la entrega, la colocación de la cara, la durabilidad... Y cuando un Ruiseñor o un Florista muestran las dificultades (y las virtudes) de la bravura, los gurús hablan de genio, embestida descompuesta y demás zarandajas. Si se buscaran más ruiseñores y floristas, igual volvía la emoción verdadera al toreo, la que hace sentir al tendido que la arena del ruedo debe de quemar de veras.

A falta de los festejos del fin de semana, de Bilbao salen lanzados en distinto grado de calidad Luis David Adame y Paco Ureña. El lorquino, con cuatro orejas que suponen un hito y un puñetazo en la mesa a base de calidad, de manera inapelable. Diego Urdiales reafirma la calidad de su estilo, y Juli la inteligencia natural. Y Manzanares, con dos faenas de oreja al noble Soleares y al bravísimo Ruiseñor, deja un poso de incerteza entre la regularidad de no fallar nunca y el interrogante de cómo pudo ser que, matando con tanta contundencia y gozando de un lote soberbio, no salió el miércoles a hombros en olor de multitudes.

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