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Opinión

Una historia de barcos

Voy a contarles la historia de un barco. Huyendo de la guerra civil desatada en un país del Mediterráneo, el capitán del buque decide, en contra de la opinión de las autoridades y a riesgo de que a bordo se desate una rebelión, acoger a un numeroso grupo de refugiados con intención de desembarcarlos en un puerto seguro; lejos de la crueldad de una lucha fratricida que desangra a familias enteras y fuera de un territorio donde la delación, por débil e inconsistente que sea, se acaba tornando en tortura, vejaciones, abusos o, en el mejor de los casos, el efecto fulminante de un disparo en la cabeza. Los refugiados (hombres, mujeres y niños) huyen del hambre y de las balas, hundidos en su moral, sin otra ropa que la que llevan puesta, a menudo hecha jirones, sumidos en la pobreza o con toda la vida metida en una maleta, soliviantando a una parte del pasaje en mitad de una travesía en que la tensión es más palpable que el agua furiosa que choca contra el casco. Nadie los quiere. En el caso de que logren poner agua de por medio entre el infierno y la tierra firme, les espera un confinamiento, en principio temporal, en un centro de detención a la espera de que el Gobierno de turno resuelva qué hacer con esos viajeros molestos e incómodos. Cualquier cosa es mejor que regresar al país del que zarparon.

La narración les sonará porque a lo largo del año se ha hablado y mucho de ella. Un país en guerra, refugiados que huyen de la tiranía de un régimen, un barco que se convierte en su auxilio y un futuro lleno de interrogantes. La historia anterior, sin embargo, no tiene su origen en Libia ni en su contienda armada; los refugiados no eran africanos ni el barco se llamaba Open Arms. Aquello ocurrió en España, el barco era el Stanbrook y acaban de cumplirse 80 años de aquel éxodo infame cuya huida del Puerto de Alicante alejó de nuestra Guerra Civil a más de 2.600 personas. Estamos condenados a repetir la Historia porque no aprendemos de ella. La mayor parte de los refugiados a bordo del carguero británico acabaron confinados cerca del Sáhara. En manos de los gobiernos occidentales está ahora cambiar el final de la travesía del Open Arms. Se espera que ocho décadas después, algo hayamos evolucionado.

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