El turismo de sol y playa ha sido fundamental para el desarrollo económico de nuestro país. Muy especialmente en las regiones del litoral mediterráneo. Otra cosa son los turistas playeros caprichosos y egoístas que a veces encuentra uno en los paseos por la orilla del mar.

Estos días, tras varias jornadas de oleajes intensos de levante, la orilla de muchas playas de la costa mediterránea se ha llenado de Posidonia oceánica muerta, que la fuerza del mar ha arrancado de las ricas praderas que ocupan los primeros metros de la plataforma marina. La tradición popular ha llamado siempre «algas» a esta fanerógama, cuya existencia es fundamental porque garantiza la producción de oxígeno y testimonia la calidad de las aguas, allí donde se desarrolla.

Pero al bañista le molesta, afea la playa, huele mal... Y claro, hay que quitarlas de la arena lo antes posible, porque lo digo yo. Cuánta ignorancia. Al contrario, debería prohibirse por ley su desmantelamiento, en cualquier época del año. Así de claro.

Esas «algas» sobre la línea de rompiente del oleaje son esenciales para contener la arena, para frenar la erosión de las playas. La Ley de Costas actual, tan funesta en muchos aspectos, tan permisiva para la ocupación del dominio público marítimo-terrestre, tampoco señala nada de esta cuestión.

Y aquí todo molesta. De exigir que retiren las «algas» a solicitar que me reserven «mi espacio» en la playa para tomar el sol, en exclusividad, hay un paso. O si no, directamente, que me permitan levantar una vivienda en la propia playa. La playa es pública, pero sobre todo es mía... Y no quiero «algas», que me dan asco. Cuánto egoísmo; cuánta incultura.