Tras el acuerdo entre la Comisión Europea y un grupo de países, entre ellos España, Francia y Alemania, para acoger a los inmigrantes del «Open Arms» y del «Ocean Viking», el rechazo de Matteo Salvini, el siniestro ministro italiano del Interior, al desembarco está todavía más injustificado y debería haber ya desaparecido.

La crisis, que en España está siendo seguida con gran atención pues el «Open Arms» es de bandera española, merece una primera reflexión ya que ha vuelto a poner de relieve una gran fractura europea. La inmigración es hoy un fenómeno relevante y candente por varios motivos. Uno, que el Mediterráneo divide a dos continentes con niveles de riqueza, bienestar y libertades muy diferentes y es inevitable que en tiempos de globalización parte de la población africana aspire a instalarse en Europa. No es algo nuevo, pero en los últimos años ha adquirido mayor intensidad. También porque Europa, con una población crecientemente envejecida, necesita acoger inmigrantes para asegurar su progreso económico y social.

Pero la inmigración ordenada -de África y antes de otros países como Siria- es un desiderátum difícil de implementar. Y ahí es donde surge la división. Ante el «Open Arms», como en casos anteriores, una parte relevante de la mejor Europa reacciona con gran solidaridad ante quienes han huido de la miseria y de situaciones atroces en las que no se respetan los derechos humanos más elementales. Y este sentimiento se ha unido a la indignación ante la lentitud de los gobiernos al abordar este caso -de huidos de Libia y con treinta niños a bordo- que ha sacudido las conciencias.

La actitud de los gobiernos europeos, de distinto signo político, ha pecado de exceso de cautela. Al final han reaccionado, pero son reticentes a las acciones de organizaciones que hacen una labor humanitaria pero que -argumentan- también pueden favorecer por varios motivos la inmigración ilegal. El primero es que la inmigración desordenada no sólo no es la solución, sino que crea problemas en los países receptores. Otro, es que esta acción humanitaria puede ayudar a las mafias que explotan el tráfico de seres humanos. Es más fácil acercar las pateras al barco de una ONG solidaria que conducirlas a un puerto europeo. Por último, dar vía libre a estas iniciativas solidarias podría hacer de la inmigración ilegal -negocio de traficantes sin escrúpulos- algo casi normal, lo que es inadmisible.

Claro, esta actitud de los estados pierde mucha fuerza moral tras el fracaso en establecer canales de inmigración legal y ordenada y de cooperación económica con los países africanos. Algo se hace -y la actitud actual de Marruecos lo demuestra- pero siempre de forma fragmentaria e insuficiente, aunque la actitud de muchos gobiernos -o desgobiernos- africanos no facilita las cosas.

Sin embargo, las sensibilidades progresistas no deben ignorar la gran complejidad del problema. En Italia, Matteo Salvini, el líder de la Liga (extrema derecha), está explotando su imagen de radical enemigo de la inmigración -ahora ya está en campaña- para forzar elecciones anticipadas con una intención de voto del 36-38%. Y si llegara al 40% (sólo o en alianza con Hermanos de Italia) podría tener mayoría absoluta y lograr los «plenos poderes» que exige para una política reaccionaria y antieuropea. Y no todos los votantes de la Liga son extremistas, muchos provienen de partidos de centro, o incluso de izquierda, desconfiados -con o sin razón- ante los inmigrantes.

E Italia no es la excepción. En Francia, sólo Macron -tras los fracasos de la derecha de Sarkozy y de los socialistas- logró vencer a Marine Le Pen, la heredera del Frente Nacional, en las últimas presidenciales. Y en las europeas, la lista de Le Pen ha sido la más votada. En Alemania, la erosión política de Merkel -e incluso del SPD- se acelera en el 2015 cuando la cancillera decide, por razones humanitarias, acoger a centenares de miles de refugiados que llegaron a Europa Central a través de Grecia y de los Balcanes huyendo de la guerra civil siria. Es luego cuando Alternativa por Alemania logra entrar en los parlamentos regionales y en el Bundestag.

El fenómeno Vox -y sus preocupantes pactos con PP y Cs- indican que tampoco aquí estamos tan lejos de esta alarmante deriva. Europa debe salvar las vidas del «Open Arms» y de otros refugiados, pero sin cerrar los ojos a la realidad. El 38% de italianos que quiere votar a Salvini está ahí. La izquierda no debe perder el corazón, pero tampoco la cabeza.