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Las enseñanzas de Weimar

Cien años desde la aprobación de la Constitución

El 31 de julio se cumplieron 100 años desde la aprobación de la Constitución de Weimar, llamada así en honor de la pequeña ciudad alemana donde se redactó. Era la primera constitución democrática de la joven república y pese a sus buenos propósitos y a la coincidencia con un boyante periodo de florecimiento intelectual y artístico no pudo impedir el vertiginoso ascenso al poder del nazismo. El aniversario ha servido para que se publiquen una serie de trabajos sobre el trágico proceso político que desembocó en la Segunda Guerra Mundial y, especialmente, sobre la inquietante posibilidad de que los sistemas democráticos actuales puedan tener una evolución parecida hacia el autoritarismo populista ante la llegada al poder de personajes como Trump en Estados Unidos, Bolsonaro en Brasil, Orbán en Hungría, Johnson en el Reino Unido o Salvini en Italia. La Rusia de Putin y la China comunista quedan fuera del análisis por no ser consideradas democracias liberales.

El temor puede parecer exagerado. Aquí, muchos años después, las clases medias han soportado mal que bien (véase si no el caso griego) los destrozos provocados por la crisis económica y no se han conocido fenómenos de hiperinflación y deflación como los que agitaron la Alemania de entreguerras. Ni tampoco procesos revolucionarios ni movilizaciones de masas desestabilizadores. Aunque sí, en cambio, un clima de creciente desconfianza de la población hacia la inutilidad de la clase política para resolver los problemas que la aquejan.

A propósito de estas opiniones, he tenido la oportunidad de leer estos días "Anatomía del fascismo", del historiador y politólogo norteamericano Robert Paxton, doctor en Harvard y profesor en Berkeley. El libro es un minucioso análisis del fenómeno fascista, sus antecedentes, sus raíces emotivas, intelectuales y culturales, sus complicidades y apoyos, su llegada al poder en Italia y en Alemania, la devoción al caudillo, el uso de la violencia intimidatoria y su final catastrófico.

Por último, se responde a la pregunta de si aún es posible el fascismo en una forma parecida a como lo conocimos y se hace una distinción entre fascismo y autoritarismo militar, dos fenómenos que suelen confundirse porque "los dirigentes fascistas militarizaron sus sociedades y situaron las guerras de conquista en el centro mismo de sus objetivos". Y escribe Paxton, al respecto: "El general Franco, que dirigió al Ejército en la rebelión contra la República en julio de 1936, se convirtió en 1939 en el dictador de España, y tomó prestados algunos aspectos de su aliado Mussolini. Se hizo llamar caudillo y convirtió a la Falange fascista en el único partido. Durante la Segunda Guerra Mundial, y después de ella, los aliados trataron a Franco como a un socio del Eje. Fortaleció esa impresión el carácter sanguinario de la represión franquista en la que pudieron haber muerto hasta 200.000 personas entre 1939 y 1945. La España de Franco -concluye Paxton- siempre más católica que fascista, basó su autoridad en pilares tradicionales como la Iglesia, los grandes terratenientes y el Ejército, encargándoles básicamente el control social. El Estado franquista apenas se esforzó en regular la vida diaria de la gente siempre que se mostrase pasiva". Así fue.

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