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Crónicas galantes

Hasta lo verde produce gases

El cambio climático se está convirtiendo en un problema de inesperado origen digestivo. O eso sugiere, al menos, la ONU. El pueblo pecador consume demasiada carne, desperdicia una cuarta parte de los alimentos que se producen y, por si eso fuera poco, las vacas le están abriendo con sus gases todo un agujero a la capa de ozono. Son sus tubos de escape, antes que los de los coches, los que en mayor medida contribuyen a que la Tierra se esté pillando un calentón. Años atrás, un informe de la FAO, rama agrícola y alimentaria de Naciones Unidas, había culpado ya al ganado de ser uno de los causantes del efecto invernadero. Las reses lanzan a la atmósfera muchos más gases que el vilipendiado parque automovilístico del planeta. Concluyó en su día la FAO que las emanaciones de su estiércol y las estruendosas ventosidades que dejan escapar de sus intestinos hacen de estos cuadrúpedos unos agentes contaminantes de mucho cuidado. Ahora se amplía a la agricultura el repertorio de culpables del calentamiento global.

Otro estudio de la ONU, difundido días atrás, sostiene que hasta un 37% del total de emisiones dañinas a la atmósfera corresponderá muy pronto a la actividad agroalimentaria. Creíamos que eran los malos humos de las fábricas y los coches los que nos estaban estragando el equilibrio del clima; pero la mayoría de los gases que calientan el ambiente procede, en realidad, de la agricultura y la producción de comida. Aunque esto parezca una mala noticia para los vegetarianos, no va a serlo necesariamente. Los 107 científicos que alumbraron el antes mentado informe alientan más bien a la población para que consuma alimentos de origen vegetal tales que legumbres, frutas y verduras. E incluso aceptarían algunos de los que proceden del ganado, siempre que su producción se atenga a la palabra mágica «sostenible».

Temen, en cualquier caso, los expertos de la ONU que los gases emitidos por la agricultura vayan en aumento a medida que crece la población del mundo y también la renta de la que disponemos los terrícolas para comprar comida. La solución consistiría en comer con tino, de manera que se reduzca la enorme cantidad de alimentos que van a parar a la basura, cifrada entre un 25 y un 30% del total. Hasta no hace mucho, cuando los chinos apenas comían, la preocupación más urgente era conseguir que todo el mundo tuviese algo que llevarse a la boca. Conjuradas, en parte, las históricas hambrunas, ahora inquieta más el derroche de alimentos que acabamos tirando, circunstancia que fuerza un mayor consumo de agua por la agricultura y, de rebote, una superior emisión de gases caloríferos.

Al final, no va a quedar otra que ponerse a dieta y llenar la nevera lo justo, si no queremos que el sol acabe por achicharrarnos. Quién lo iba a decir.

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