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La trona de Mazón

Las relaciones institucionales, como las domésticas, hay que cuidarlas para procurar que duren. Madrid y Barcelona, Murcia y Cartagena, Elche y Alicante, ejemplos de convivencia al filo de lo imposible y de cuadros de ansiedad de muchos jefes de protocolo. A mayor rivalidad, mayor debe ser el empeño en que ningún gesto se malinterprete como signo de desprecio. Ocurre a menudo en ciudades con un claro perfil de macho alfa, autosuficientes, desacomplejadas. Esta semana, el nuevo presidente de la Diputación de Alicante, Carlos Mazón, acudía por primera vez a Elche en visita oficial, segunda si contamos que en un guiño inteligente a la tercera ciudad de la Comunidad Valenciana firmó en esta localidad el pacto de gobierno con Ciudadanos. Llegó Mazón a Elche, a la sesión pública del Patronato del Misteri, y le sentaron en algo parecido a una trona porque, dicen, no había más sillas. Mazón no es bajito. Piensen en la sensación de imaginarse en un acto solemne a la altura de un taburete. El evitable error ceremonial habría quedado en anécdota si momentos después, en plena representación de la joya sacrolírica ilicitana, no hubieran relegado al mandatario provincial a segunda fila, por detrás de cargos públicos a quienes el manual básico del protocolo reserva asientos en la andanada. Para evitar este tipo de líos, en España se aplica el orden que estableció en su día la Casa Real. Si no le gusta, hable con la Zarzuela. Sería absurdo imaginar que este desencuentro, casi un chascarrillo, aunque no exento de tensión entre Carlos Mazón (PP) y el alcalde de Elche, Carlos González (PSOE), vaya a condicionar las relaciones futuras entre las dos instituciones, pero debería tenerse en cuenta para aprovechar el talante de ambos políticos. González es un tipo serio consciente de la importancia política y económica de la ciudad que gobierna. No es un histrión, no es frentista y está abierto al diálogo. Mazón también. Como el alcalde de Alicante, Luis Barcala. Todos tienen la oportunidad de poner en valor la importancia del cargo y la fuerza e ilusión de quien acaba de estrenarlo. Es momento de poner sentido común a la vertebración de ambas ciudades. Y de paso, devuelvan la silla a la guardería.

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