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La memoria falseada

Sobre Rafael Alberti y su esposa, María Teresa León

Una de las imágenes más icónicas de la reciente historia democrática de este país es, sin duda alguna, la de Dolores Ibárruri “Pasionaria” y Rafael Alberti, bajando juntos del brazo por las escaleras del hemiciclo del Congreso de los Diputados la mañana del 13 de julio de 1977, en la constitución de las primeras cortes democráticas tras la larga noche del franquismo. Aquel par de ancianos (Pasionaria contaba, por aquel entonces, con 82 años de edad y Alberti, con 75), diputados electos en las listas del PCE, suponían, para un joven idealista como yo, dos titanes de la lucha antifranquista y los más eximios representantes del duro y largo exilio republicano.

Este mes de agosto ha nacido Aitana, la última hija de la pareja formada por Pablo Iglesias e Irene Montero. El líder de Podemos, en un tweet lanzado inmediatamente después del nacimiento, señaló que habían decidido llamar así a su hija en recuerdo de Alberti y su esposa, María Teresa León, ya que cuando ambos partían rumbo al exilio “se despidieron de su patria, mirando por última vez la Sierra de Aitana llena de flores rojas”. Causalmente, estos mismos días de “Ferragosto” estoy leyendo “Campo de Almendros”, el libro que cierra “El Laberinto Mágico”, la sobrecogedora serie de relatos sobre la guerra civil que escribió el soberbio escritor, muerto en el exilio mexicano, Max Aub. En esta obra, que pone fin al mejor ciclo de novelas sobre nuestra guerra jamás escrito, Aub, coetáneo y amigo de los Alberti, nos describe los últimos días de la contienda y la desesperada lucha de miles de hombres, mujeres y niños, agolpados en el puerto de Alicante a la espera de los barcos que habrían de llevarlos al exilio, con las tropas nacionales avanzando, sin apenas resistencia, desde un Madrid ya tomado.

Y así, mientras millares de republicanos aguardaban en vano la llegada de los buques salvadores bajo el fuego y los bombardeos de las tropas franquistas, los miembros de la dirección del Partido Comunista de España, entre los que se encontraban Alberti y su esposa, tomaban un avión, a escasos kilómetros de allí, en el aeródromo de Monovar, que les habría de trasladar, de un modo rápido y seguro, a Orán. Así pues, desde el aire, Alberti y los demás miembros de la “nomenklatura” comunista pudieron ver la bella Sierra de Aitana cuajada de flores rojas y también a los miles de refugiados republicanos que, ocupando los muelles y barracones del puerto alicantino, esperaron durante días la llegada de unos prometidos barcos, que al final no arribaron a puerto, condenando así, a la mayoría de ellos a largos años de cárcel o al pelotón de fusilamiento. Lo cierto es que con Rafael Alberti me pasa como con otros muchos autores a los que llegué a admirar en mi juventud. Cuando, con el paso del tiempo, los sometes a un análisis riguroso y con la perspectiva que te proporciona el transcurrir de los años, descubres cosas que preferirías no haber sabido. Así, aquel venerable anciano que encarnaba, mejor que ningún otro, la figura del poeta comprometido, desterrado por el régimen franquista y rehabilitado por la democracia, era el mismo que, cuarenta años atrás, pocos días antes de la caída de Madrid, desde su puesto de dirigente de la Alianza de Intelectuales Antifranquistas y de una manera ruin y mezquina, dejó fuera de la lista de intelectuales que confeccionó para pedir asilo en la embajada chilena al poeta y camarada de partido Miguel Hernández; y tampoco invitó a aquel orcelitano universal que vagaba desesperado por Madrid en busca de una salida a acompañarle en el vehículo oficial que recogió a la pareja Alberti-León, para trasladarles a Monovar, ultima sede del gobierno republicano de Negrín, y desde donde partirían al exilio.

Y, en fin, fue ese mismo anciano, diputado comunista, que presidió la mesa de edad de las primeras cortes democráticas, el que, en palabras de aquel otro inmenso poeta que fue Juan Ramón Jiménez, nunca pisó el frente de batalla y junto con otros intelectuales “paseaban sus rifles y sus pistolas de juguete por Madrid, vestidos con monos azules muy planchados”, celebrando fiestas que duraban hasta el amanecer en el madrileño Palacio de Zabálburu, incautado por el gobierno republicano para servir de base a los artistas que apoyaban la República. Por ello, si la pareja dirigente de Podemos desea, de verdad, honrar la memoria del exilio republicano, mejor haría en poner a su hija el nombre de alguna de aquellas mujeres anónimas, verdaderas luchadoras antifranquistas, que esperaron, en vano, la llegada de un buque salvador.

Si la pareja dirigente de Podemos desea honrar la memoria del exilio republicano, mejor haría en poner a su hija el nombre de alguna de aquellas mujeres anónimas que esperaron, en vano, la llegada de un buque salvador.

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