Parece de hechuras complexas, no demasiado alto, de poco pelo, quizás no cañí, pero€ un huracán en el escenario.

De esos de no cerrar ventanas ni oídos para que nos entre y arrecie la emoción y el sentío. Niño de Elche. Podía haberse llamado Pansequito o el Habichuela, nombres de raigambre y etiqueta flamenca. Eligió, o le pusieron, Niño de Elche, también con ecos de cosa acostumbrada y tradicional. Niño de Elche, el Xiquet d'Elx. Aunque su cante discurra por lo no tradicional, lo no convencional. Ah, ¡rompiendo moldes!, dirán los no demasiado familiarizados con esto del cante. Sin embargo, Dios nos guarde, los puristas ya le han declarado unas cuantas guerras: viene a traernos purpurina, burbujas€, no vierte en sus versos ramos de coplas y caminos, no es hondo (pronunciado «jondo») su plante, su decir€ Claro, son los ulemas de la ortodoxia, hablan desde los altares del elixir presuntamente puro e inmaculado.

No hay que pisar tierra para saber o recordar que el «cante» es (era) marginal, de los marginales, que vomitaban a borbotones sus penas o sus alegrías, hoy así, mañana de la otra manera, junto a encontrados compañeros (moros, judíos o americanos€), con este instrumento o aquel palmeado, variando entonaciones, adoptando nuevas sensaciones, nuevos ritmos, nuevos tiempos. Sin fin. No existe lo fijo. Lo canónico. Lo esclerótico. Todo es creación. Crecimiento. Arte. Tiemblen los comités centrales, los sancta sanctorum, las irreales academias, los tribunales calidad suprema€ Las circunstancias, cambiantes, otras, propician otros elementos de creación. El mundo corre, las técnicas se nos amontonan. Ni el pensamiento ni la estética se pararon en el siglo XV o XVI, por mucho que Michelangelo tuviera más narices que nadie y sentara cátedra por un tiempo. Sentémonos, relajemos nuestro cinturón. Más allá de nuestro oído, nuestro cuerpo todo se inundará de regalos, relámpagos y hachas. Para relamerse, o levantarse con el brazo en alto. Llámese Rosalía, Niño de Elche, o Xiquet d'Elx.