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La arquitectura como poética y diálogo

En los últimos años vi varias veces a Juan Antonio García Solera en su papel de espectador. Con toda discreción, vino a algunos actos del IAC Juan Gil-Albert en la Casa Bardín. Y esa era la ocasión propicia para intercambiar, antes de empezar o tras finalizar el acto, una breve conversación en la que siempre le agradecía su asistencia. Acudía como uno más del público, pero su presencia no pasaba desapercibida. Aun siendo espectador, a nadie se nos olvidaba que su nombre era, desde la arquitectura, el de uno de los principales actores culturales de Alicante en la segunda mitad del siglo XX y también del XXI. La convivencia en la ciudad con obras suyas convertidas en señas de identidad urbana es su legado, su prolongación, su vínculo permanente. Su imaginación ha estado, y estará, en contacto con distintas generaciones de conciudadanos y visitantes.

"La vivienda familiar es más poética; el rascacielos más comprometido, tiene que dialogar más con su entorno". Así lo dijo en una entrevista que publicó la revista El Salt, precisamente editada hace años por el IAC Juan Gil-Albert. Corría el año 2005 y tanto él como su hijo Javier, también arquitecto, contestaron al alimón las preguntas formuladas por Rosalía Mayor, actual presidenta de la Asociación de la Prensa de Alicante.

No he podido evitar, tras la noticia de su muerte a los 95 años, releer esa entrevista. Porque, además del reencuentro con su ideario arquitectónico, es el modo de acercarse a una reflexión autorizada sobre la profesión en décadas distintas, sobre la ciudad que pudo ser y no fue, sobre la necesidad de confianza del cliente con el profesional, e incluso sobre la toma personal de postura contra la arquitectura espectáculo. El arquitecto del complejo Vistahermosa o de la clínica del mismo nombre, del Colegio Oficial de Médicos de Alicante, del Edificio Alicante o del entonces ya proyectado Adda -se inauguraría en 2011- destacaba entonces que "las obras tienen que destacar por ellas mismas, no se tienen que hacer sólo para ser competencia con las que tiene al lado".

García Solera situaba su trabajo dentro de la modernidad. Su llegada al mundo profesional le obligó a plantearse nuevas posibilidades en un contexto que requería propuestas que lo superaran. "Cuando acabé arquitectura entramos en una etapa en la que nos abríamos a la modernidad y en la que estábamos más interesados en lo que se hacía fuera de España que en lo que se hacía aquí", recordó. "En Alicante, además, teníamos un modernismo anclado en la etapa anterior a la Guerra Civil y en los años 50 se dio el salto a la nueva arquitectura y con esa visión nos formaba la escuela de Arquitectura. En ese cambio yo creo que he aportado algo a la ciudad".

El arquitecto, como transformador que es, queda obligado a ser creador, funcional, artista, técnico y hasta sociólogo porque los espacios se construyen para ser habitados, visitados, recorridos, conquistados por personas. Las declaraciones de García Solera siempre revelaban su predilección por ese profesional total, calculados de cualquier efecto de sus obras.

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