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No hay leyes contra el machismo y el supremacismo

El machismo no se erradica con leyes a posteriori. Ese machismo y ese supremacismo que sufrimos a diario. Es la educación la única que puede cambiar la situación, esta plaga que nos hace salvajes, que nos equipara a los más sanguíneos animales. Es decir, es la mentalización a priori la que puede erradicar la violencia de género. Las leyes de castigo no frenan la falta de sentido de igualdad, la raíz de un sentimiento de superioridad del macho sobre la hembra. Del hombre respecto a la mujer. Del fuerte en cuanto al débil. El castigo no es la solución, es un remedio contra lo ya irremediable, algo que siempre, siempre llega tarde.

Todos los días registramos algún caso de machismo, de supremacismo, de violencia. Asesinatos, violaciones, acoso, maltrato. No hay jornada sin un caso de este género. Manadas de salvajes aparecen cada jornada, sobre todo las festivas. Durante el mes de julio hubo nueve casos de esta violencia, de asesinatos a mujeres. En un país en el que llevamos contabilizados cuatro decenas de mujeres asesinadas. Donde las manadas de machistas crecen como hongos. En cualquier punto de nuestra geografía. La situación es patética, terrible, insoportable. Llevamos contabilizados más de mil asesinatos de mujeres por hombres con alguna relación con las asesinadas. Y una treintena de menores víctimas de sus progenitores o compañeros de sus madres. Tristes récords.

Más de un asesinato de una mujer por semana. Matada por su marido, exmarido, expareja, exnovio, examante. Tanto unos como otros considerándose a sí mismos como dueños y señores de la vida de sus víctimas. Amos de la mujer que les interesa, que dicen amar. Ya sea de relación reciente o con muchos años de convivencia. Quizá sería mejor decir, de obediencia.

Las violaciones y las violaciones múltiples proliferan. Son otro síntoma espantoso de violencia machista. No son asesinatos definitivos, sin posible reparación, pero su violencia, su alevosía, son terribles. Demuestran inferioridad del autor, cobardía de los que se agrupan para realizar su agresión. Y comportan una violencia que produce una vivencia traumática en las víctimas difícilmente superable, casi permanente, un sentimiento de terror y una aversión al género diferente.

Para colmo, la lentitud y las deficiencias a la hora de juzgar los hechos, los presuntos delitos, hacen que la justicia tarde en confirmar sentencias y permita que los agresores, en muchos casos, permanezcan en libertad mucho tiempo después de realizar sus violaciones y abusos, ya sea individuales o colectivos. Casos estos últimos que proliferan como síntoma de cierta impunidad. Y hasta permita presuntas reiteraciones

Las condenas a asesinos, violadores, acosadores, abusones sentenciados han de ser ejemplares. Pero raramente remedian nada.

El único modo de erradicar estos tipos de violencia es la educación en la igualdad de todas las personas. Desde el nacimiento, desde el despertar de la vida. En la familia, en la guardería, en la escuela. Enseñando a cada niño/a que todos somos iguales, sin distinción de género, sin distinción de sexo, sin distinción de conocimiento, sabiduría, temperamento, talante. Iguales en derechos, en deberes, sin cordones religiosos, políticos, ideológicos. Nadie es más que nadie.

La supresión de materias, asignaturas de ciudadanía, de educación para la igualdad es una de las causantes del machismo y el supremacismo. Y parece que no son capaces nuestros políticos de implantarlas definitivamente. La equiparación de las personas es un espíritu que se inculca con educación, educación, educación. El castigo posterior a un acto de violencia no remedia el hecho realizado ni corrige una ideología adquirida durante años de vida.

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