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¿Seguirá Lagarde la política expansiva de su antecesor en el BCE?

Muchos políticos y economistas alemanes y de otros países del norte de Europa temen que la francesa Christine Lagarde vaya a seguir en el Banco Central Europeo la política monetaria expansiva de su antecesor, el italiano Mario Draghi.

En opinión de sus críticos, la política del dinero barato impulsada por Draghi ha servido y sirve sobre todo para facilitar a los países fuertemente endeudados como Italia el servicio de sus obligaciones.

En efecto, cuando el BCE compra deuda pública de los países miembros, aumenta el valor de esos bonos y se reducen como contrapartida los intereses.

Preparándose para su salida, Draghi haberle marcado la senda a seguir por la francesa al indicar la posibilidad de proceder este otoño a un nuevo abaratamiento del dinero.

El objetivo sería impulsar la economía de la zona euro ante las previsiones de bajo crecimiento del Fondo Monetario Internacional para este año, cifradas en un 1,3 por ciento como media.

El problema que ven los halcones de la austeridad, con los alemanes al frente, es que al aliviar la presión sobre los países más endeudados, se desincentivan las reformas que, según aquéllos, serían necesarias.

Y se perjudica de paso a los pequeños ahorradores, que ven cómo el dinero que tienen en el banco prácticamente no genera ya intereses que compensen la inflación, por baja que sea ésta.

Algunos expertos - y ya se sabe que estamos en un mundo de expertos- como el jefe del Instituto de Investigaciones Económicas de Múnich Clemens Fuest, critican la politización creciente de la política monetaria.

En su opinión, ésta debería independiente de las presiones políticas como la que trata de ejercer, por ejemplo, en Estados Unidos el presidente Donald Trump sobre la Reserva Federal.

Pero habría que preguntarse también cómo es que siendo la política monetaria de un país un atributo esencial de su soberanía, puede sustraerse al control democrático y dejarse en manos de tecnócratas?

Claro que nada de esto preocupa a los críticos del rumbo tomado por el BCE de Mario Draghi y que ahora puede prolongarse con Lagarde, sino que ven en él con preocupación un alejamiento progresivo del Bundesbank: el banco a cuya imagen y semejanza se creó aquél.

Y en el Banco Federal alemán dominan hoy como ayer los halcones como su propio presidente, Jens Weidmann, que aspiraba a suceder a Draghi, pero no consiguió, sin embargo, su objetivo.

El BCE va mientras tanto camino de convertirse en un gran acreedor para los países miembros: el dinero prestado llega a los 2.6 billones de euros, lo que equivale a un 22 por ciento del PIB de la eurozona.

Y los críticos de Draghi temen que Lagarde vaya a proceder a una importante rebaja del coste de esa deuda pública dándole, como se dice metafóricamente, a la máquina de imprimir dinero.

El BCE penaliza ya a los bancos con intereses negativos (-0,4 por ciento) para animarlos a prestar más dinero a empresas y particulares y ayudar así a impulsar la economía en lugar de atesorarlo en Frankfurt y pagar por ello.

Un informe publicado el año pasado por el Bundesbank alertaba, sin embargo, de que en lugar de conceder más créditos, los bancos se estaban dedicando muchas veces a inversiones arriesgadas que pudieran generarles mayores beneficios a corto plazo con el peligro, según algunos, de desestabilización del sistema.

Los bancos alemanes son los más perjudicados, según Der Spiegel, por los intereses negativos que cobra el BCE y que les supusieron el año pasado unos 2.500 millones de euros.

¿Llegarán esos intereses negativos a penalizar también a los clientes de la banca comercial? Ya está ocurriendo en Alemania, donde la Stadtsparkasse (Caja de Ahorros) de Múnich cobra un 0,4 por ciento por los depósitos de más de 250.000 euros. ¿Terminaremos los ciudadanos europeos guardando el dinero bajo el colchón?

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