Tiempo atrás me comentaba un amigo que hace mucho que no escribo a pesar del juego que están dando nuestros representantes políticos. No le falta razón, pero es que llevo unos días, muchos días, rumiando el malestar y el bochorno que me ha producido el espectáculo protagonizado por aquellos que aspiran a coger el timón del Gobierno de España. Hasta hoy he sido incapaz de coger el bolígrafo, tal era el estado de mi desencanto, desilusión y de cabreo político en el que me he sumido durante este mes de julio de 2019; mes que espero que sea para olvidar, no para recordar. Mi estado de malestar político se sigue manteniendo durante los pocos días que llevamos andados del mes de agosto y todo gracias a esas estrellas mediáticas que, con muchas horas de televisión a su disposición, en lugar de apaciguar los ánimos, en lugar de bajar el estado de crispación, siguen vertiendo combustible avivando la llama de la discordia y del enfrentamiento. Incluso algunos tratan de adecentar y normalizar las ideas de la ultraderecha. Pero bueno, para eso les pagan: para vocear, insultar, mentir y gritar y cuanto más cerca están de la mala educación mayor será la cuota de audiencia que imagino que irá paralela a sus sueldos.

Saber no sé mucho de casi nada, pero sumar sé sumar. Sumar es una habilidad que dudo que tengan Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. Estoy convencido de que cuando Pablo le pregunta a Pedro, o Pedro a Pablo -¿Cuánto suman uno más uno? - cualquiera que sea el interlocutor, seguro responderá: -Hombre, si no me das más pistas, no sé yo-. Tomándome por ignorante y evitando la obviedad de la cuestión, el tándem Sánchez-Iglesias trata de esconder, de mal disimular el nivel de irresponsabilidad, de desconfianza, de insolvencia, de incompetencia y de ignorancia que sin ningún rubor han ido mostrando en esos días que decían estar sentados negociando y buscando un consenso para la formación de un gobierno de izquierdas progresista. Negociaciones que han finalizado casi en insultos personales, dejando a sus votantes, con un rumor cada vez más intenso de una nueva convocatoria de elecciones, enfrentados y tratando de dilucidar quién es el que miente más, quién es el más tramposo y por supuesto quién es el único culpable. ¡Vaya panorama!

Tampoco los llamados a ser oposición andan muy sobrados de educación, de responsabilidad y de todo aquello que deben tener los hombres de Estado, de lo cual presumen. Eso sí, sumar sí saben. Son capaces de pegarse, de adicionarse a lo que sea con tal de ocupar sillones de poder. Claro que perfectos tampoco son, ya que están limitados por su memoria de pez. Una vez alcanzada la suma, rápidamente se olvidan y tratan, en un empeño enfermizo, en negar y ocultar aquellos con los que han podido alcanzar el poder. Aun escuchando en el Congreso de los Diputados el discurso machista, xenófobo, fanático, chulesco y peligroso de sus amigos, y aunque no los miren a los ojos en público, sí, se han sentado cara a cara con los creadores de tales discursos.

Quizás para los que no saben sumar, con un buen profesor de matemáticas, en septiembre y antes de convocar elecciones, puedan ponerse al día y resolver la ecuación. Pero la humildad, la empatía, el sacrificio y la generosidad no se aprenden ni en dos ni en doscientos mil meses. Y yo que no sé de casi nada, en septiembre tendré que elegir a mi presidente de Gobierno entre unos candidatos que han demostrado ser unos interesados, unos egoístas, intransigentes y unos mentirosos patológicos. Votar, votaré, por mí que no quede, pero qué difícil me lo están poniendo. Tengo la seguridad de que, a ellos, a los que serán cabeza de lista, les importa un pimiento mis dudas y mis enfados. Ellos sueñan con tantos por ciento de intención de votos, en mayorías absolutas y en nada más.