No se lleven a error. Ni Mazón ha pedido la baja del PP y pacta con alegre inconsciencia de correligionario consentidor ni tampoco el Consell ha descubierto de golpe en Google Maps que la distancia entre Valencia y Alicante es la misma que al contrario. Lo que ayer aconteció en la Diputación no es el resultado de los estados alterados de conciencia a los que inducen las altas temperaturas reinantes. No. Es solo política. Buena política.
Estamos tan acostumbrados a que nuestros dirigentes pierdan su tiempo y el nuestro en batallas tribales insultantemente inútiles que nos habíamos olvidado de que la política era también eso: que dos representantes institucionales de signo político opuesto se sienten, discutan y lleguen a acuerdos ventajosos para ambas partes y para los ciudadanos a los que representan. Y que lo hagan, ahí está también la política, sin perder de vista sus legítimos intereses estratégicos parciales.
Mazón necesitaba demostrar, más pronto que tarde, que la Diputación debe convertirse en un centro político y de gestión alejado de la parálisis contemplativa de su predecesor, una forma de evidenciar que la mano que tendió en su investidura estaba llena de hechos, no solo de intenciones. Lo requería tanto como Oltra necesitaba que se visualizase, también más pronto que tarde, que había entendido el mensaje de las recientes elecciones y que está decidida a aprobar la asignatura pendiente alicantina de Compromís.
Ambos han hecho de la necesidad virtud, una de las formas en las que la política puede entrar en el terreno de las bellas artes, y han desbloqueado sin despeinarse un nudo gordiano de muchos y largos lustros: poner punto y final a la asunción «impropia» por parte de la Diputación de competencias sociales entre las que se encuentran el Psiquiátrico Doctor Esquerdo o el Hogar Provincial. Ayer, lo impensable durante muchos años, empezó a resolverse en unas horas. Que no pare la fiesta.
