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Momentos de Alicante

Tesoro líquido (VI)

ESCENA IXCELEBRACIÓN FAMILIAR

Los hermanos Esteban, Jaime y Francisco Pasqual del Pobil y Pasqual de Ibarra se hallaban celebrando que el día anterior, 15 de diciembre de 1587, se había declarado probado oficialmente que eran nobles, al ser descendientes legítimos por línea paterna de su abuelo mosén Juan Pasqual y Bosch, armado caballero por el emperador Carlos el 20 de enero de 1543, según privilegio otorgado el 16 de octubre de 1547.

Lo celebraban en casa del único de los tres hermanos que estaba casado, Jaime. Alrededor de la mesa corría su hijo Mateo, de 3 años, ante la atenta mirada de su madre, Leonor Ángela Maiquez.

Pero algo enturbiaba aquel festejo privado, según intuía la dueña de la casa. Los hermanos estaban contentos, pero se les veía también preocupados, sobre todo su querido esposo. Por eso no le extrañó que, en un momento determinado, después de que los criados terminaran de servir la comida, su marido le dirigiera un discreto gesto con el que le pedía que se retirase del salón con el niño y les dejara solos. Y así lo hizo, solícita. Al poco llegaron los hermanos Antonio José y Nicolás Mingot Pasqual para felicitar a sus primos y sumarse a la celebración.

- Afirman que su majestad está complacido con el resultado de la reunión de técnicos que se celebró aquí la semana pasada, y que el síndico Damián Miralles se dispone a viajar para conseguir el dinero con que proseguir las obras de la presa -informó Antonio José con el cejo fruncido.

- Mas no parece que su majestad esté tan complacido con la suma de dinero que se le pide. Si ya le pareció mucho los veinticinco mil ducados que pedía el Antonelli viejo, por cuanto demoró su desembolso y pidió otra opinión al Antonelli joven, a buen seguro que ahora estará menos satisfecho con la idea de que la Hacienda Real pague los cuarenta mil que han calculado los técnicos -opinó el anfitrión.

- Sea como fuere, debemos tomar precauciones para evitar que la empresa prospere y se reinicien las obras -dijo Nicolás.

- ¿Seguimos teniendo bajo vigilancia al joven Antonelli? -preguntó Esteban.

- Sí, nuestro hombre de Tibi hace que le sigan constantemente -contestó Antonio José.

- ¿Y aquí, en Alicante? -inquirió Francisco.

- Aquí no. ¿Para qué? -respondió Antonio José. Pero después de pensarlo brevemente, añadió-: Quizá lo convenga.

- ¿Qué dicen los prohombres que tienen mucho más que perder que nosotros si se edifica la presa? -se interesó el anfitrión.

- Están dispuestos a desembolsar el dinero necesario para obstruir la empresa, tal como hicieron antes -aseguró Antonio José.

ESCENA XENFERMEDAD DEL ALMA

Aquella primera mañana estival de 1589 Ángela Vallebrera Guasch tardó en levantarse de la cama. Desde hacía unos meses sentía un cansancio que iba creciendo día a día, al mismo tiempo que arreciaba la tos. Unas semanas atrás empezó a expectorar flemas sanguíneas, cada vez más a menudo, y una calentura lenta pero tenaz fue apoderándose de su cuerpo, primero intermitentemente, luego casi todo el tiempo.

El anciano físico que la visitó en su alcoba determinó que se trataba de una dolencia pulmonar, causada por unas llagas originadas por el humor acre y corrosivo que había caído en ellos. Solo pronunció el nombre de la enfermedad cuando se halló a solas con el padre de la doliente, pero Ángela, cuya perspicacia no se había visto afectada por el mal, reconoció los síntomas de la tísica.

No creía empero Ángela que padeciera tan terrible dolencia. Mas bien estaba convencida de que las raíces de su mal se hallaban en su corazón, más precisamente en la melancolía que había invadido su corazón y su alma. Hacía demasiado tiempo que la resignación había trocado en tristeza debido a la prolongada ausencia de su amado.

Cristóbal y ella habían disfrutado de frecuentes y felicísimas reuniones secretas en casa de su amiga Isabel Márquez durante cuatro meses seguidos, aprovechando que el marido de esta era marinero y se hallaba ausente de la ciudad. Hasta que, en marzo del año pasado, Cristóbal hubo de partir hacia Toledo precipitadamente a causa de la muerte de su tío Juan Bautista. Desde entonces, Cristóbal no había regresado a sus brazos. Varias veces le había anunciado su vuelta en cartas que le enviaba desde la Corte o Valencia y que le traía su amiga, pero cada vez se demoraba por una causa u otra.

A mayor abundamiento, su padre habíase ido a la Corte unas semanas atrás para visitar a su majestad en calidad de síndico de la ciudad y rogarle que permitiera proseguir con la edificación del embalse, cuyas obras dirigía su amado. Y la ausencia del padre, siempre gruñón pero comprensivo con ella, hacía que su corazón se encogiera aún más al tener que soportar con mayor frecuencia la presencia de su madrastra.

Doña Hipólita Guasch había fallecido en 1581, poco después de haber dado a luz a su noveno hijo, y su marido, Melchor Vallebrera y Burguñó, había contraído segundas nupcias cinco años más tarde con la viuda Josefa Fernández de Mesa. Afortunadamente, pensó Ángela, su madrastra no tenía hijos de su anterior matrimonio y no parecía tener ya edad para concebirlos. Madrastra y primogénita apenas se soportaban, si bien procuraban disimularlo en presencia del paterfamilias.

Su ánimo cambió empero esta mañana cuando la visitó su amiga Isabel para darle una jubilosa nueva: Cristóbal acababa de llegar a la ciudad y le enviaba aviso para pedirle que se reunieran esa misma tarde en casa de la recadera, como siempre en secreto.

-Solo que esta vez no podrá ser en mi hogar, pues está mi señor esposo -dijo Isabel-. Así que hemos convenido que os reunáis en la casita que poseo en mi heredad de La Condomina. -Mas viendo las lívidas manchas que tenía Ángela en sus párpados inferiores y la falta de vigor de su enjuto cuerpo, ligeramente tembloroso a causa de la fiebre, se arrepintió-: Aunque viendo como estáis, es mucho más juicioso que no vayáis hasta La Condomina. Es un viaje corto, pero puede debilitaros aún más.

El cambio que sin embargo mostró el ánimo de Ángela tuvo la virtud de insuflar la fuerza necesaria a su cuerpo para incorporarse y vestirse con sorprendente agilidad. De repente, desaparecieron los temblores, brotó un sanísimo rubor en sus mejillas y se impacientó porque faltaban aún algo más de tres horas para la cita.

Cumbre de técnicos y planos definitivos

A principios de 1586, Felipe II aceptó financiar la reanudación de las obras del pantano de Alicante, paralizadas desde noviembre de 1581, pero los criterios de los ingenieros reales a los que había enviado para emitir informes ( Juan Bautista Antonelli y su sobrino Cristóbal Garavelli Antonelli) diferían tanto, que el monarca decidió trasladar el asunto al Consejo de Aragón.

El Consejo de Aragón envió al arquitecto Gaspar Gregorio desde Valencia a Alicante, para que se reuniese con Cristóbal G. Antonelli y resolvieran ambos las diferencias existentes. Al mismo tiempo, el Consejo de Aragón expuso el proyecto del ingeniero italiano a fray Mariano Azaro, dominico experto en obras hidráulicas y que ya había ido dos veces a supervisar las obras del pantano por orden del rey. El dominico discrepó de dicho diseño al considerar, entre otras cuestiones, que la pared del embalse no debía adelgazarse y que la boca de toma de agua debía estar en una posición más alta de la propuesta.

Cristóbal G. Antonelli persistió en sus planteamientos mediante un informe fechado en Madrid el 30 de septiembre de 1587: «Relación hecha por Cristobal Antoneli por mandado del rey nuestro señor de lo que se a de hazer en el pantano de la ciudad de Alicante».

Ante la insistencia de Cristóbal G. Antonelli en mantener sus criterios, disconformes con los de su tío y otros técnicos, como fray Mariano Azaro, Pere Esquerdo (quien propuso el lugar donde construir el pantano y autor del primer diseño) y los arquitectos Gaspar Gregorio y Juan García Mondragón, el Consejo de Aragón recomendó a Felipe II que «mande Vuestra Magestad vayan a Alicante fray Mariano y Cristobal, y que se junten con ellos Gaspar Gregorio, y que el Bayle de Orihuela y el Gobernador envíen otros expertos no interesados ni sospechosos y también Mondragón e Izquierdo y les pidan parecer en base al memorial» que había redactado el Consejo de Aragón.

El memorial constaba de 27 puntos, y se envió junto con la convocatoria para una reunión en Alicante a Cristóbal G. Antonelli, fray Mariano Azaro, Gaspar Gregorio, Juan García de Mondragón, Pere Esquerdo, el ingeniero italiano y arquitecto real Jorge Palearo «Il Fratino» o «Fratín» y los maestros de obra Juan de Ambuesa, Tomás Bernabé, Gaspar Córdoba, Antonio Real, Juan Torres y Gaspar Vicente.

Una vez que los expertos revisaron nuevamente la obra de la presa, entregaron por escrito a un notario sus respuestas a las cuestiones planteadas en el memorial, en una reunión celebrada en Alicante el 7 de diciembre de 1587. Esta reunión finalizó después de que los presentes debatieran y alcanzaran un acuerdo, que básicamente recogía las propuestas de Antonelli y fray Mariano Azaro: continuar la pared con grueso de 120 palmos, con talud del 10%; concluir la presa a la altura de 200 palmos por encima de lo ya construido; tomar el agua por tres puntos; cerrar la obra cuanto antes para aprovechar el agua de la primera avenida; y presupuestar la obra futura en 40.000 ducados (muy por encima de los 25.000 calculados por Juan Bautista Antonelli y los 14.000 de Cristóbal G. Antonelli).

La reunión de expertos convocada por Felipe II, a sugerencia del Consejo de Aragón, tenía como objetivo corregir y mejorar el diseño de Cristóbal G. Antonelli, que era el elegido para dirigir las obras.

MUERTE DE UN ANTONELLI

El arquitecto real Juan de Herrera planteó por su cuenta construir en el río Montnegre una presa con grandes contrafuertes adosados a cuatro arcos. Basándose en esta propuesta, Cristóbal G. Antonelli dibujó la «Traza del Pantano de Alicante. Rasguño que hizo Antonelli de como se entendió quería Juan de Herrera hacer la fabrica. Es contra el parescer de los expertos e ingenieros». La idea herreriana fue desestimada, y en el mismo documento se expone que «como no ha visto el sitio fácilmente se puede errar».

El diseño definitivo del pantano de Alicante fue realizado en 1588, año en el que se firmaron varios informes, como el «Rasguño o modelo hecho por Fratín y los Antonellis en conformidad de los expertos» y el titulado «Parescer de Fratín y de Cristobal Antonelli y Juan Bautista Antonelli conformados» (fechado en Madrid el 27 de septiembre de 1588 y conservado como el anterior en el Archivo del Consejo de Aragón), en cuyo inicio se dice que «los ingenieros indicados hacen una descripción general de como entienden que debe realizarse la obra del pantano» y en cuyo texto y firmas se corrige también el error del título, ya que no se trataba de Juan Bautista Antonelli, sino de su hermano Bautista (Baptista).

Juan Bautista Antonelli había fallecido en Toledo el 17 de marzo de ese mismo año de 1588, a los 60 años, mientras trabajaba en el proyecto de hacer navegable el río Tajo entre esta ciudad y Lisboa, poco después de regresar en una barcaza desde la capital portuguesa.

De modo que la reanudación del pantano de Alicante se proyectó en base a unos planos firmados y consensuados por los ingenieros reales Jorge Palearo, «el Fratín», Cristóbal G. Antonelli y su tío Bautista Antonelli, los cuales rebajaron el presupuesto de gastos, tras medir y evaluar los materiales, a 26.113 ducados.

LA AYUDA DE PEDRO DE FRANQUEZA

Durante el mes de mayo de 1589, el síndico Damián Miralles continuó realizando gestiones para obtener por fin el libramiento de los 25.000 ducados prometidos por el rey, a fin de proseguir la obra en base a las trazas dadas por los ingenieros «el Fratín» y los Antonelli. Envió sendas cartas con dicho ruego los días 12 y 18. En la segunda, además de insistir en la demanda, aclaraba que los 25.000 ducados se destinarían únicamente al pago de materiales y de salarios de maestros, ya que los de los oficiales serían sufragados por la ciudad.

Como los apremios epistolares no daban resultado, el Consejo municipal alicantino acordó que los síndicos Damián Miralles y Tomás Vallebrera marcharan a la Corte para suplicar personalmente a Felipe II que aprobase el pago de los 25.000 ducados y así poder reiniciar las obras, que llevaban ya casi ocho años paralizadas.

Uno de los cortesanos influyentes que ayudó a impulsar la reanudación de las obras fue Pedro Franqueza Esteve. En aquel entonces era protonotario del Consejo de Aragón y regidor en el Consejo madrileño, aunque vivía en Valencia desde marzo de ese año de 1589, donde hizo amistad con el marqués de Dénia (futuro duque de Lerma). Más tarde, en 1592, comprará dos fincas (El Palamó y Orgegia) cerca de Alicante, que posteriormente convertirá en el señorío de Villafranqueza, logrando gracias a su influencia política que, concluido ya el pantano, llegara más agua a sus tierras de las que le correspondía, trocando así sus cultivos de secano en regadío.

Felipe II accedió a recibir a los dos síndicos alicantinos. Como representaban a la ciudad y la construcción del pantano afectaba a toda la huerta, el rey les anticipó que convocaría una junta general de los vecinos de las poblaciones interesadas en la huerta, para proponerles que sufragaran ellos las obras, permitiendo a la ciudad de Alicante que se cargase con censales. La Corona no pondría ni un ducado.

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