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Sin permiso

Sanidad veraniega

Cada verano se hace evidente el déficit de recursos humanos que caracteriza a nuestro sistema sanitario. Centros de salud cerrados, urgencias sobresaturadas y hospitales a medio gas, dibujan la realidad estival de la sanidad española. Son carencias bien distintas a las tecnológicas, así que habrá que ir pensando en recurrir a medios ajenos a la generosidad de Amancio Ortega. No hay otra que tirar de presupuestos, si realmente se pretende solucionar el asunto, aunque no parece que sea este el interés de los responsables sanitarios. Año tras año, los enfermos siguen -seguimos- obligados a vacacionar saludablemente. Lo jodido es que las enfermedades no responden a los mismos criterios. Ni mucho menos.

Situaciones como la vivida en el Hospital Virgen de los Lirios de Alcoy, donde el jefe de Urgencias ha optado por renunciar a su puesto, constituyen esa gota que colma el vaso de la paciencia. Imaginen cuál debe ser la magnitud del caos para que un médico, asistencial y no burócrata, acabe por tirar la toalla. El gesto es tan poco habitual que merece el reconocimiento público a quien lo ha protagonizado. Y es que, mientras la mayoría opta por mirar hacia otro lado, el doctor Carlos Gargallo prefirió renunciar a su puesto antes que ser parte activa del deterioro asistencial. En un comunicado emitido desde la Sociedad Española de Medicina de Urgencias y Emergencias, Gargallo renunciaba a una jefatura clínica -que no política-, denunciando que la atención de las urgencias esté «en manos de médicos residentes con escasa o nula preparación». Los propios médicos residentes le han secundado en su queja. Una actitud tan íntegra como coherente, que contrasta con la pasividad de los gestores a los que debe exigirse responsabilidades. A éstos, a los meapilas del sistema, no hay quien les mueva la silla. Lástima.

Dicen que el problema de fondo radica en que faltan médicos para cubrir las necesidades en periodos de vacaciones. ¡Y un carajo! Como un servidor sigue sin tragarse el cuento, permítanme recurrir a los datos. En este país disponemos de 180.000 facultativos y andamos bastante bien a la hora de compararnos con el resto del continente. Superamos con creces la media, ocupando la novena posición entre los 28 países que configuran la actual Unión Europea. Vamos subiendo porque, en los últimos diez años, se ha incrementado en un 20% el número de universitarios que anualmente concluyen sus estudios de medicina. Así pues, hay reserva más que suficiente para asumir el recambio generacional. Cosa bien distinta es que se aproveche adecuadamente este capital humano. En fin, que la monserga es mentira y no faltan tantos médicos como nos dicen.

Obviamente, no todos faenan en el sistema sanitario, sino solo dos de cada tres. La asistencia en España es mayoritariamente pública y, en consecuencia, sería lógico esperar una cifra algo más elevada. Si solo contabilizamos los 116.000 que trabajan en los servicios autonómicos de salud -compatibilizando, o no, con la actividad privada- la situación varía sustancialmente. Realizado este ajuste, apenas disponemos de 2,5 médicos para cada 1.000 habitantes y aquí empieza el lío. Mal han ido las cosas porque se trata de la misma tasa que teníamos en el año 2004. Sí, exactamente la misma. Y, por supuesto, es bastante inferior a la que registrábamos al inicio de la crisis (2,7). En otros términos, los recortes se han institucionalizado en la sanidad pública, independientemente de la evolución de la economía nacional y del color político del momento. Hay más médicos, pero el sistema sanitario cuenta con un 10% menos que hace una década. Esa es la realidad oficial, según los datos del propio Ministerio de Sanidad.

La situación se agrava entre los profesionales de enfermería, principal colectivo laboral de la asistencia sanitaria. No sé por qué diablos nadie se queja de esta deficiencia, ni de las condiciones laborales que soportan estos profesionales. Aquí sí estamos a la cola de Europa, con una tasa que apenas equivale al 60% del promedio europeo y luchando con griegos, búlgaros, letones y chipriotas por no acabar los últimos en el ranking. Todo un lujo difícil de digerir para un sistema sanitario que lleva camino de dejar de ser la joya de la corona. Por el contrario, cada vez tiene más visos de acabar siendo el estercolero de la política. Eso sí, rivalizando con el sistema educativo. ¡País!

En fin, estando así las cosas parece que el argumento de que faltan médicos es una absoluta falacia. Sería más acertado analizar las razones por las que, existiendo en número suficiente, el sistema sanitario no cuenta con los necesarios. Como les decía, la plantilla de médicos que trabajan en hospitales y centros de salud ha disminuido en un 10% durante los últimos años. Si la población y la esperanza de vida aumentan, es de cajón que los recursos humanos deberían adaptarse a las nuevas necesidades. No queda otra que incrementar la contratación, por más que los gestores prefieran seguir exprimiendo un deshumanizado concepto de eficiencia, tan propio de quien confunde la salud -y la vida, obviamente- con un mero producto de consumo. Pura racanería.

Lo más grave de la situación es que, cuando el sistema público no contrata, los médicos acaban por buscarse la vida más allá de nuestras fronteras. Nada menos que 3.500 lo hacen cada año, cifra equivalente a la mitad del número de graduados anualmente en las universidades españolas. Un enorme derroche de capital humano y económico para un país que aún anda renqueando. Y es que, mientras sea más rentable trabajar en otros países europeos, donde el sueldo llega a duplicarse -¡o triplicarse!- y se ofrece estabilidad laboral, la sanidad seguirá descapitalizándose.

Por lo menos, el Ministerio de Sanidad y los gobiernos autonómicos han acabado por dar su brazo a torcer en un aspecto clave del problema: la falta -ahora sí- de plazas para la formación especializada de los profesionales sanitarios. Por fin hay razones para felicitarse, con ese incremento del 13% en el cupo del próximo año. Con todo, seguirán existiendo más de 6.000 graduados en Medicina cuyo título, en ausencia de una capacitación como especialistas, sirve para bien poco. Y otros miles de profesionales de la enfermería y de la psicología en espera de acceder a este tipo de capacitación. Ya me dirán para qué diablos insisten algunos en abrir nuevas facultades.

De lo que realmente estamos carentes, tanto en verano como en invierno, es de sentido común. Y no me cuenten más cuentos, porque solo es cuestión de invertir en el principal recurso de la sanidad pública: el capital humano. No hay más.

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