Pues no se crean que les voy a contar aquella película que, basándose en la época de la Ley Seca en Estados Unidos (1920-1933), dos músicos del montón - Tony Curtis y Jack Lemmon- se ven obligados a huir después de ser testigos de un ajuste de cuentas entre dos bandas rivales, y no encontrando trabajo además de ser perseguidos por la mafia, decidieron vestirse de mujeres y tocar en una orquesta femenina.

A día de hoy, los taxistas de Vigo están en boca de todos desde que algunos de ellos hayan decidido ponerse faldas para trabajar ya que la normativa municipal les impide ponerse pantalones cortos. Algunos no están de acuerdo con el apartado que regula su vestimenta de trabajo, que les afecta especialmente en verano. Norma que pretende que los profesionales vayan aseados y vestidos con ropa normal. Chándal, pantalón corto, camiseta de tirantes y chancletas, quedando desterrados además de actividades como fumar.

Pero que los varones usen faldas no es nada nuevo, y no por motivos reivindicativos. Antes del siglo XX, la ropa usada por bebés y niños pequeños compartía una característica común: carecía de distinción de género. Desde la década de 1860 hasta la década de 1880, los niños de cuatro a siete años usaban trajes con faldas que eran generalmente más simples que los estilos de las niñas, y estaban diseñados con colores más tenues y detalles recortados o «masculinos», como toques marineros.

En las familias más pudientes de la sociedad torrevejense se adaptaron a las formas de vestir de las gentes de países extranjeros que arribaban en grandes veleros a cargar sal a nuestra bahía, dejando en la población modas y modelos -patrones de nuevos diseños y modas- que los habitantes de aquí enseguida adoptaban como lo último en moda y forma de vestir la moda victoriana inglesa.

En la época isabelina, de la Primera República y de la Restauración monárquica española, los roles de género estaban extremadamente polarizados; sin embargo los niños pequeños quedaban fuera. De acuerdo con la mayoría de los relatos y retratos de la época hechos en la galería fotográfica de Juan Darblade Lamotta y Alberto Darblade Lafeuillade -llegados a Torrevieja procedentes de Francia hacia 1867-, hasta la edad de siete años, el género aparentemente no era algo a lo que los padres prestaban mucha atención.

La ropa usada por niños y niñas era casi idéntica, indistinguible la una de la otra. Es muy probable que hayas tropezado accidentalmente con la imagen de un niño que llevaba un vestido, y es posible que lo hayas confundido con una niña. Incluso algunos de los personajes más famosos del siglo XX, incluidos Ernest Hemingway, Oscar Wilde y Franklin D. Roosevelt, se tomaron una foto vistiendo faldas, que se consideraron neutrales en cuanto al género durante décadas. Mucha gente encontraría esta práctica peculiar hoy en día y la percibiría como femenina, pero la explicación detrás de por qué se hizo así era muy simple. Imagínese ser una madre en una época en la que todavía no se usaban las cremalleras y broches, y los pantalones que estaban disponibles eran demasiado complicados y tenían demasiados accesorios, lo que hacía casi imposible que un niño pequeño se los pusiera solo. ¿Qué harías? Una opción sería vestir al pequeño, tarea que nos ocuparía mucho tiempo. Pero los padres de aquella época tenían otro método y, francamente, era mucho más efectivo. Vestir a los niños pequeños con vestidos con faldas hizo que también la rutina de ir al baño fuera mucho más fácil y flexible. Los padres podían cambiar los pañales del niño sin la necesidad de desvestirlos. Levantar sus faldas sería suficiente.

A partir de los 7 años, cuando se suponía que los niños «entraban en razón», ya no sería necesario usar un vestido. Para la familia, esto era motivo de celebración del paso de la infancia a la pubertad, el niño comenzaba a hacerse hombre.

Al pequeño se le cortaba el pelo, se le vestía con pantalones por primera vez, se le daba su paseo por el vecindario mostrando su ropa nueva de «estreno» -bien el día de la Purísima, Domingo de Ramos o el día del Corpus- para que todos lo vieran, llevándolo a la galería de los fotógrafos Darblade para que inmortalizara su entrada en una etapa de su vida encaminada para que «se hiciera un hombre».