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El indignado burgués

Caudillos

Incluso en las condiciones más favorables el Poder y la Ética se llevan fatal. Cuanto más despiadado es el poder -y lo es casi siempre- más sufren los conceptos generalmente admitidos como honorables por los seres humanos. Y no es que los políticos no pertenezcan al género humano, aunque alguno más parezca marciano o ummita, es que la humanidad se la dejan en el perchero cuando ejercen el mando. Empiezan por olvidarla por autodefensa y acaban gozando con la erótica de un poder que excluye la autocrítica y las posiciones templadas, del mismo modo que exige una lealtad perruna de los que se mueven en su entorno. No es broma que alrededor de los caudillos la larga sombra de la guillotina esté siempre presente, aunque Hitler utilizaba un sistema más «musical» para los colaboradores que habían caído en desgracia: les hacía ahorcar con una cuerda de piano, lo que denotaba un agudo talante artístico a la par que una atroz mala leche.

Como el caudillismo casa mal con la crítica, es mucho más sencillo acallar una opinión tapando la boca del que la pronuncia o enviándole a las tinieblas exteriores. Lo decía con esa mala follá que traía de serie Arfonzo Guerra: «El que se mueve no sale en la foto» y Felipe encantado de contar en su troupe con una pandilla de forofos aunque fueran tan forzados como los galeotes de antaño. Lo mismo le pasó a Suárez hasta que declinó su estrella y no es ya que no le admiraran los que le debían toda su carrera política, es que ni se ponían al teléfono. Me da la sensación de que a Rajoy -por hablar de expresidentes del Gobierno- le sucede lo que en su día a Calvo Sotelo, que ni tenía fans antes ni los tuvo después, eran simplemente negocios, nada personal. Y Aznar es como José María García, que retirados ambos hace eones siguen sembrando el pánico por donde pasan, como El Cid muerto montado en Babieca.

Ya es mala suerte que todos los que mandan algo en los partidos actuales, excepto el pobre Torra que pinta lo que la Tomasa en los títeres, tengan el caudillismo muy subidito, y no lo disimulen para nada, incluso hagan alarde de ello. La solución es del Manual del Perfecto Guía de Occidente: los mato a todos que ya dios escogerá a los suyos. Mucho más sencillo vencer que convencer. ¿Quién necesita argumentos cuando se tienen a mano cuerdas de piano y verdugos que sepan interpretar la Sonata del Claro de Luna?

Las purgas estalinistas eran alegres reuniones de camaradas en comparación con lo que ha sucedido esta semana en el partido de Rivera. Tiene mérito haber convertido a los ciudadanos en súbditos y al centrismo en la más feroz ultraderecha sin que se le mueva un pelo del tupé ni le tiemble el belfo. Con lo que andan diciendo de su persona y maneras los que le auparon a la cúspide de un partido que era suyo y de otros muchos más. Ahora ya no. Es, como diría Gollum: «Mi Tesoroooooo?».

Lo de Rivera es calcadito a lo de Iglesias si se fijan, aunque como en algo se tiene que diferenciar la derecha de la izquierda, en un caso se les envía un motorista y en el otro se ofrece la ficción de un Congreso Extraordinario. Morir mueren igual, pero de una forma mucho más plebiscitaria. Y tampoco es que se note para nada el dedazo del líder, todo es tan democrático que la número dos y durante unos ratitos vicepresidenta in pectore comparte sueños, cama y macarrones como en el Romance de Curro El Palmo. Entre tú y yo la soledad, y un manojillo de escarcha.

Respecto de los viejos partidos, Casado y Sánchez ya purgaron a los que se posicionaron en su contra cuando, contra viento y marea, derrotaron a unos oponentes que contaban con la bendición de los aparatos y hasta de los medios de comunicación. De los que tenían otro candidato u otra forma diferente de ver el futuro falleció hasta el apuntador y todavía se acumulan cadáveres que ni siquiera saben que hace tiempo pasaron al «otro lado». La piedad con los perdedores fue como la castidad en una orgía. Nada que no hubiera sucedido al revés si la tortilla hubiese caído del otro lado, que en política no hay ni misericordia ni perdón, ni paz ni olvido.

Son malos tiempos para la lírica y peores para tener discurso y criterio propio, que los partidos aplican la lógica de los huracanes con un ojo de tranquilidad en su centro y unos elementos exteriores que son centrifugados y expulsados. No es precisamente tranquilizador que la democracia se apoye en líderes mesiánicos que no es que no crean en ella, es que la machacan constantemente en sus organizaciones. Lo peor del caso es que no hay forma de escapar, porque contra los caudillos se lucha y se muere o se los derriba de sus pedestales, pero cuando todos lo son ya me contarán lo que nos espera.

Como me han dicho que soy como Tristón, el compañero de Leoncio El León, haré de plañidera: «Oh, Cielos, Leoncio, qué horror».

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