No hay nada perfecto en la vida. A lo máximo a lo que podemos aspirar es a encontrarnos aproximaciones más o menos cercanas a la perfección. No pretendo aguarles la fiesta, pero a base de desear las vacaciones, en muchas ocasiones resultan a la postre no ser la Arcadia soñada y a veces acabamos dándonos de bruces con la aplastante realidad. O no hace tanto fresco como nos esperábamos en nuestro sitio vacacional o la ración de calamares no está tan rica como imaginábamos, o incluso la convivencia a piñón fijo con toda la familia dista de la imagen idílica que nos habíamos formado.

Conjugar niños, adolescentes, abuelos y pretender encima que los padres estemos contentos con el circo de tres pistas no es nada fácil. Eso de «niño no se juega a la pelota a estas horas que despiertas al abuelo», suele ser el momento en que el niño aprovecha para pegar un grito aterrador y destrozarte los nervios. Y evitar que los más pequeños, en ausencia de sus padres, se hagan chichones como los de Mortadelo llega a ser un trabajo de alto riesgo. Muchas veces acabamos deseando volver al trabajo, ese lugar más controlado que, pese a las obligaciones, a la postre acaba no pocas veces resultando un entorno confortable en el que aislarse de la realidad circundante. Un poco triste sí es, no me digan.

Verán, por mi parte les diré que yo sí que deseo reunirme con los míos y que me encanta esa sensación de que no hacer nada útil sea lo pretendido, mientras el tiempo se escurre en mi rinconera favorita para siestas, con la que sueño durante el invierno, que como mi madre acabe consumando la amenaza de quitarla de donde está se va a armar el dos de mayo. Estás advertida, mamá.

Imagino que todos nos hallamos en las mismas, porque nuestro país es de los únicos del mundo en los que durante más de un mes se paraliza toda la actividad, algo kafkiano si lo vamos a mirar. Y entonces me vienen imágenes idílicas de Iglesias dando de comer a los mellis, que calculo ya estarán tomando papillas, o de Sánchez disfrutando de la poltrona presidencial gracias al río revuelto por él mismo. Que en parte estoy de acuerdo con el juez Calatayud, si es que es cierto eso de que ha pedido que dejen a los diputados encerraícos en el Congreso hasta que se pongan de acuerdo y tengamos Gobierno. Pero no sea así, señoría, que nos vamos todos de vacaciones y aquí no va a pasar nada. Ya si eso a la vuelta lo arreglamos. No me digan que éste no es un país fantástico.