A partir de datos oficiales cruzados con patrones de movimiento de personas recogidos por antenas de telefonía móvil de toda España, hemos podido saber que Benidorm es el único municipio turístico nacional al que acuden invariablemente visitantes de todas las áreas del país, incluido lo que últimamente se describe como la «España vacía». Ningún punto de la brújula es desconocido para esta ciudad tantas veces criticada desde la ignorancia y casi siempre incomprendida para quien nunca ha puesto los pies sobre sus dominios. Benidorm reina en solitario, y se lo ha ganado a base de creer en sí misma y de defender un modelo económico tan denostado por los esnobs como defendido por urbanistas y sociólogos. Uno de estos últimos, el ya fallecido José Miguel Iribas, comparó a Benidorm allá por los 80 con una Coca Cola de litro: lo mismo la consumen hombres que mujeres, jóvenes que mayores, niños que abuelos, españoles y extranjeros, ricos y pobres. Es en esa democratización del producto donde se sustancia el liderazgo de una marca. Cuando Benidorm reclama más financiación no es por capricho. Su triunfo permite sacar pecho a otros gobiernos que exhiben la notable aportación del turismo al índice nacional de riqueza. Es por eso que esas reivindicaciones no deben tomarse a la ligera. Escuchen a Benidorm. Escuchen a Torrevieja, a Dénia, a El Campello, a Calpe, a Orihuela, a Santa Pola, a Altea. Escuchen a todas esas localidades obligadas a costear unos servicios de limpieza, seguridad, agua, energía o medio ambiente destinados al doble o al triple de su población censada. Escuchen y aprendan.
