El nombramiento de Cayetana Álvarez de Toledo como portavoz del PP en el Congreso de los Diputados es una noticia de alto calado, que va más allá de la mera anécdota política. El líder popular Pablo Casado ha tomado una decisión importante, que sitúa en la primerísima línea a una figura atípica que rompe con el discurso habitual del conservadurismo español. Esta elección no puede archivarse como un capítulo más en el habitual runrún de premios y castigos que acompaña al cambio de jefes en una determinada formación política; ha de interpretarse como un hecho especialmente relevante, ya que estamos ante una auténtica declaración de principios, ante una señal clara de por dónde van a ir los tiros ideológicos en el gran partido de la derecha nacional.

Para hacerse una idea bastante aproximada de la importancia de esta designación, sólo hay que echarles una mirada a las reacciones que se han producido desde todos los rincones del arco político. Para los voceros de la derecha -entendida en su más amplio sentido: desde el PP a Vox, pasando por Ciudadanos- Cayetana Álvarez de Toledo es una especie de Agustina de Aragón capaz de ganarle la batalla dialéctica al progresismo imperante y por eso, su llegada al primer plano de la política parlamentaria se saluda como la aparición de un nuevo Mesías, capaz de devolverles la iniciativa a las maltrechas y derrotadas tropas de Casado. Desde la izquierda, las respuestas son violentas y excepcionalmente duras, constatándose una vez más aquel viejo dicho que señalaba que a una persona se la mide más por la fuerza de sus enemigos que por el poder de sus amigos.

Especialmente extraña es la valoración que hace la izquierda de esta emergente estrella de la política nacional. Los generadores de opinión del bando progresista han convertido a Cayetana Álvarez de Toledo en una caricatura de sí misma, en la que nunca faltan tres conceptos básicos: marquesa, pija y facha; a los que se añade una larga relación de calificativos secundarios en la que caben las referencias a las características físicas de la diputada, a su condición de aristócrata o a una preparación académica realizada en las más exclusivas universidades del mundo. Esta simplificación -abonada por la propia protagonista, que disfruta llenando los periódicos de declaraciones incendiarias- nos está impidiendo tener un retrato completo de un personaje poliédrico lleno de complejidades y de planteamientos políticos nunca vistos en los predecibles escenarios mentales de nuestra gente de orden. Por formación, la nueva portavoz popular en el Congreso es una representante convencida de esa nueva derecha que se está apoderando de los principales países del mundo libre. Bajo la bandera de la modernidad y del liberalismo, estos dirigentes de ideas claras y de acciones contundentes han arrasado el Estado del Bienestar en unos pocos años, han reducido las redes de servicios públicos hasta niveles cercanos a la inexistencia y han convencido a amplios sectores de la población mundial de que los pobres son los principales culpables de su pobreza, acusándolos de ser unos seres inferiores, incapaces de aprovechar las inacabables oportunidades que ofrece la sociedad de mercado.

Hay muchas derechas en España. Por el PP y por sus aledaños hemos visto desfilar todo tipo de estilos y de idearios: democristianos con un toque de preocupación social, tipos con talante negociador y mente abierta al entendimiento con otros partidos, mastuerzos gritones instalados eternamente en el guerracivilismo más atroz y una notable sección de vividores sin ideología concreta deseosos de poder, de dinero y de relevancia social. Cayetana Álvarez de Toledo no pertenece a ninguno de estos subgrupos, su mensaje político es mucho más cruel y mucho más peligroso de lo que hemos conocido hasta la fecha. El hecho de que el presidente del PP la haya elegido para ser la voz del partido en la más alta instancia de la democracia, el Congreso de los Diputados, es algo que debería preocuparnos a todos. Reducir la figura de Cayetana Álvarez de Toledo a una marquesa de chiste es algo peor que una frivolidad, es un grave error de apreciación, que nos impide calibrar la verdadera magnitud de lo que se nos viene encima.