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Momentos de Alicante

Tesoro líquido (V)

ESCENA VIIVISITA OBSERVADA

El ingeniero Cristóbal Garavelli Antonelli cruzó a lomos de su caballería el pueblo de Tibi acompañado de su criado, Tomás Pérez, que iba sobre una mula y guiaba una recua formada por tres asnos cargados de bultos.

Comenzaba la tarde cuando los viajeros llegaron al lugar conocido como La Ancornia, próximo a las obras donde se había empezado a fabricar el embalse. En la puerta de una masía les esperaba el enviado del señor de Castalla, para entregarles las llaves. Este señor, dueño de la masía, había tenido a bien dejársela como muestra de buena voluntad para con las autoridades alicantinas, toda vez que había sido el justicia de la ciudad, micer Pedro Pasqual de Bonanza y López de Barea, quien le había enviado recado solicitando tal cesión.

Además de justicia de Alicante y doctor en leyes, Pedro Pasqual de Bonanza era el anfitrión en la ciudad de Cristóbal y de sus tíos, los también ingenieros Juan Bautista y Bautista Antonelli. Los tres Antonelli llevaban varios meses revisando las torres de vigía y defensa de la costa sur del reino de Valencia, siendo Alicante el lugar desde el cual se desplazaban.

Los Antonelli dejaron de hospedarse en Alicante en la casa de Melchor Vallebrera desde que la primogénita de este, Ángela, se negara a ser comprometida en matrimonio con Martín Berenguer. La actitud inaudita de Ángela se debía, según decía, a que deseaba casarse por amor, y como no estaba enamorada de Martín, sino del ingeniero italiano Cristóbal Garavelli, sentenció que se desposaría con este o ingresaría voluntariamente en un convento. Huelga decir que el brioso carácter de Ángela desbordó la paciencia de sus progenitores, sobre todo de su señor padre, que trató de imponer su criterio y autoridad por todos los medios, antes de dirigirse resignado al causante de la enajenación de su hija.

Lo hizo por carta, puesto que el italiano se hallaba por aquel entonces en Valencia. Le exigió explicaciones, pero con cortesía y moderación, no en vano tenía la esperanza de que le pidiera la mano de su primogénita, a quien deseaba casar cuanto antes para alejar de su casa el escarnio sufrido. La respuesta del italiano, aunque tranquilizadora en parte, fue empero contraria a los intereses de Melchor, ya que vino a confirmar lo que Ángela había asegurado repetidas veces: nunca mantuvieron trato físico alguno, ni siquiera un roce, pero también afirmaba no sentir por ella ningún sentimiento amoroso.

No obstante, cuando los Antonelli volvieron a Alicante, la situación cambió, si bien no fue del conocimiento de Melchor ni de su esposa. Pues sucedió que Ángela no ingresó en un convento, sino que estuvo una larga temporada en casa de unos familiares en Orihuela y, al regresar a Alicante, soltera aún y con 22 años, se propuso encontrarse a escondidas con su amado, en cuanto supo que se hallaba este en la ciudad. Y así lo hizo la resoluta muchacha, ingeniándoselas para reunirse con él en un lugar reservado, preparado por una amiga suya que lo era desde la infancia y de plena confianza. Casada con el capitán de un barco mercante, esta amiga de Ángela accedió a alcahuetear aprovechando la ausencia de su marido, amigo de Cristóbal, para citar a este en su casa con la excusa de darle un encargo. El encuentro no fue todo lo bien que esperaba la enamorada, pero sí que sirvió para que Cristóbal conociera y admirase las cualidades de Ángela: su valor, su pasión, que la hermoseaban. A aquel encuentro siguieron otros cada vez más a menudo, más complacientes, más placenteros, pese a que él nada dijo de comprometerse ni ella se lo pidió.

Así, pues, los Antonelli aceptaron la amable hospitalidad que les ofreció micer Pedro Pasquel de Bonanza en las siguientes visitas que hicieron a Alicante. Hombre de avanzada edad, llevaba años residiendo en Valencia con su esposa, Práxedes Berenguer y Martínez de Esclapés, y sus cinco hijos, por lo que su casa de Alicante estaba casi siempre vacía y a cargo de uno de sus criados, tío abuelo de Tomás Pérez, si bien en este año de 1587 estaba viviendo más tiempo en ella, por haber sido elegido justicia.

A la mañana siguiente, Cristóbal y Tomás marcharon en caballería hasta el lugar donde habíase empezado a fabricar el pantano y cuyas obras llevaban más de un lustro detenidas. Lo hicieron atravesando un encinar y luego por un sendero más ancho y carretero que cruzaba un terreno pedroso y con matorrales altos por los que se oían ruidos que inquietaron al criado.

-Deben ser tejones, gamos o cualesquiera otros de los animales que habitan por estos lindes -dijo Cristóbal, medio burlón ante el desasosiego del joven criado, a quien creía nacido y criado en la ciudad.

-No me lo parece -replicó Tomás-. Vuesa merced ha de creerme si digo que llevan siguiéndonos a escondidas desde hace un buen rato.

-¿Y cómo lo sabéis? ¿Acaso diferenciáis tan bien los ruidos del bosque como para saber cuales son pasos de animales y cuales son de personas?

-Desde muy niño he ido muchas veces con mi padre de caza por los alrededores de mi pueblo. De modo que sé bien cuando oigo entre los matorrales a un jabalí, a una gineta o a un zorro, y os aseguro que nada de eso es lo que nos viene siguiendo desde que salimos de la masía, sino un ser de dos piernas y de buen peso.

-¿Y de qué pueblo sois?

-De Busot.

Cristóbal detuvo su caballo y Tomás hizo lo propio con su mula. Durante un rato quedaron quietos, escuchando con atención, pero no oyeron ningún otro ruido sospechoso. Al cabo prosiguieron su camino hasta el embalse, donde se encontraron con Pere Esquerdo, a quien Cristóbal ya conocía.

El molinero muchamelero y el ingeniero italiano no se sentían simpatía, pero se saludaron corteses. Mientras lo hacían, vieron llegar por el mismo camino por el que habían venido Cristóbal y Tomás a un hombre a pie, seguido de un mastín negro y muy grande. Era este hombre alto y fornido, de poblada barba, vestido como un pastor y portando un abultado zurrón. Al pasar cerca de ellos los miró, saludó con un breve gesto de su mano y continuó caminando hacia el borde de la garganta por el que se había desviado el río, antes de iniciarse las obras de la presa.

-¿Sabéis quién es? -preguntó Cristóbal.

-Sí, es un vecino de Tibi. Se llama Francesc Candela y estuvo trabajando aquí como capataz -contestó Pere sin dejar de observar cómo se alejaba el interfecto. Luego añadió-: No es trigo limpio.

-¿Por qué lo decís?

-Porque conjeturo que fue uno de los que más robó y trajinó para descarriar la empresa.

ESCENA VIIICONTRARIEDAD

Muy contrariados se hallaban aquel último día del mes de agosto de 1587 los primos Antonio José Mingot Pasqual y Jaime Pasqual del Pobil y Pasqual de Ibarra. Ambos habían estrechado aún más sus relaciones familiares y de amistad desde que el primero apadrinara a Mateo, primer hijo del segundo, cuando fue bautizado en la iglesia de San Nicolás el 22 de septiembre de 1584.

Un año antes, micer Antonio José Mingot había fundado el mayorazgo de Beniali con las heredades e hilos de agua que poseía en la huerta.

-De ser cierto lo que dice don Pedro, su majestad con seguridad autorizará la reanudación de las obras de la presa -murmuró enfadado Jaime, mientras cruzaban la Puerta Ferrisa, dejando atrás la calle Mayor y dirigiéndose hacia la iglesia de Santa María.

Hacía un instante que habían salido del palacete de micer Pedro Martínez de Vera y Bosch, magnífico y IV señor de Busot.

-Debe ser cierto. No en balde don Pedro es el baile de la ciudad y ha despachado hoy mismo con el gobernador.

-Grave contratiempo será el reinicio de las obras. Con lo bien que estaba yendo todo. Pese a haber aceptado en principio la propuesta del italiano viejo, su majestad no estaba convencido de ella porque era muy alta la suma que debía soltar, pero ahora, con esta nueva proposición del italiano joven? Debíamos haberle pedido a nuestro hombre de Tibi que hiciera que le asaltasen cuando estuvo allí o mientras volvía hacia acá.

Aunque hablaban en voz muy baja, Mingot hizo un gesto a su primo para que callara, al tiempo que vigilaba que nadie estuviera cerca de ellos. Pocos y lejanos eran los vecinos que iban por la calle. Anochecía y chispeaba.

-No será necesario llegar a la afrenta física con nadie, primo. Bastará con que llevemos a efecto un plan de daño y obstrucción como la otra vez, con discreción por nuestra parte, para que de nuevo se frene todo intento de llevar a cabo la fábrica -susurró Mingot.

-Habrá en ese caso que volver a recaudar fondos entre los mismos propietarios de aguas.

Mingot asintió al paso que franqueaban el umbral de la iglesia.

Discrepancias técnicas y familiares sobre el pantano

En noviembre de 1581 se paralizaron las obras del pantano, pocos meses después de haberse iniciado, porque la ciudad se quedó sin dinero con que seguir pagándolas.

Transcurrido algo más de tres años, el Consejo de Alicante comisionó a principios de 1585 al síndico Damián Miralles para que gestionara ante el monarca la obtención de fondos para proseguir las obras.

Advertido de los problemas surgidos durante la construcción iniciada, y puesto que el ingeniero real Juanelo Turriano murió ese mismo año de 1585, Felipe II encargó que supervisara los proyectos del pantano de Alicante al arquitecto real Juan de Herrera (que había terminado de dirigir las obras del monasterio de El Escorial). Herrera nunca vino a Alicante, pero revisó con detalle los proyectos e informes que se le enviaron, dando su parecer sobre ellos. Se conserva, sin fecha, un «Parecer de Juan de Herrera, sobre la fábrica del Pantano de Alicante», en el que hace una dura crítica sobre los diseños que se le mostraron.

Entre otras correcciones, señalaba que la traza del pantano no era acertada, que el modo para soltar el agua era peligrosísimo y de dudosa eficacia, que no se había calculado la cantidad de agua que podía recoger el embalse, que no se había estudiado el medio para limpiarlo y que no se había contemplado la construcción de aliviaderos. La mayor parte de estas correcciones se llevaron a cabo cuando por fin se reanudaron las obras.

A finales de 1585 o principios de 1586, Felipe II envió comisionado al ingeniero real Juan Bautista Antonelli a Alicante para que valorase la posible reanudación de las obras del pantano, financiación incluida. No parece que viniese acompañado por su hermano, ya que Bautista fue enviado por la Corona a América tras ser nombrado ingeniero real el 15 de febrero de 1586. Es muy probable, sin embargo, que Juan Bautista viniese con su sobrino Cristóbal Garavelli Antonelli (que había sido nombrado ingeniero militar en 1583), puesto que este fechó el 18 de diciembre de 1585, en Alicante, un «plano de la comarca que regará el pantano con localización de las acequias y azud», y realizó seguramente poco después otro plano sobre la traza propuesta por Juan de Herrera.

Juan Bautista Antonelli remitió a la Corte varios informes favorables a la continuación inmediata de las obras del pantano, manifestando cambios que debían introducirse en la traza sobre la que se estaba levantando. Felipe II prometió contribuir con 25.000 ducados para la finalización del embalse, cuya pared debía alcanzar 200 palmos sobre lo ya construido, con la condición de que la ciudad de Alicante se comprometiera a acabar las obras y aportar de sus arcas el dinero que pudiera faltar, en caso necesario.

La propuesta de Felipe II fue recibida con entusiasmo por el Consejo alicantino, que celebró sesión el 2 de marzo de 1586 para enviar una vez más al síndico Damián Miralles a la Corte, con la misión de trasladar el agradecimiento de la ciudad al rey y aceptar el compromiso. Miralles informó al Consejo el 21 de abril de la confirmación dada por el monarca sobre la oferta. A partir del mes siguiente, Miralles llevó a cabo varias gestiones para conseguir que el conde de Chinchón, General Tesorero de la Corona de Aragón, activase el libramiento de los 25.000 ducados prometidos por Felipe II, pero pasaron las semanas y aun los meses sin recibirse una respuesta efectiva.

DESAVENENCIAS ENTRE ANTONELLIS

En 1587, los tres ingenieros Antonelli: Juan Bautista, Bautista (que había regresado de América) y el sobrino de ambos, Cristóbal Garavelli Antonelli, trabajaron en el acondicionamiento de las torres de la costa.

Arrepentido muy probablemente de haberse comprometido a pagar los 25.000 ducados que había presupuestado Juan Bautista Antonelli para la conclusión de las obras del pantano, Felipe II ordenó a Cristóbal que le enviara un informe sobre el asunto. El ingeniero fue a Tibi en mayo y remitió a la Corte el resultado de su inspección. En su escrito, además de criticar duramente la obra realizada, calificó de excesivo el presupuesto de 25.000 ducados hecho por su tío Juan Bautista, ya que, si se reducían los 200 palmos de anchura en su base de la plataforma, a 100 o menos, y se levantaba la pared con este grosor, podría terminarse el embalse con un gasto máximo de 14.000 ducados, de los cuales la Corona aportaría únicamente 6.000, saliendo el resto de las arcas municipales de Alicante.

Que Cristóbal se propusiera a sí mismo como director de las obras del pantano, corrigiendo el presupuesto de su tío Juan Bautista, debió provocar cierta tensión personal entre ambos, aunque siguieron trabajando juntos y terminaron consensuando un proyecto común. En agosto de 1587, Juan Bautista elaboró un plano de representación del cauce del río Montnegre con la localización de Tibi y el pantano en construcción; y, en ese mismo año, Cristóbal, Bautista y Jorge Fratín firmaron un dibujo del «arco con el qual se avra de continuar la obra y a vezes doblarle, como pareçera a Cristoval Antonelli».

www.gerardomunoz.com

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