El reclamado sentido común tiene sus tesoros en el refranero español, por eso siguiendo las instrucciones impartidas desde la tribuna del Congreso eché mano a aquel de «a la tercera va la vencida» y empecé sintiéndome optimista; claro que, de pronto me acordé de aquel otro de «no hay dos sin tres» y mis perspectivas se vinieron abajo. Al final creo que es mejor repasar lo sucedido para que cuando se cometan los mismos errores por aquello de que «el hombre es el único animal que tropieza dos veces -o más- en la misma piedra», estemos advertidos.

Una cosa es la estrategia electoral en la que, según dicen, el jefe de Gabinete de Pedro Sánchez, Iván Redondo, es un genio, y otra bien distinta la estrategia negociadora. Para esta, mejor cualquier sindicalista curtido en tajos y convenios. Una estrategia electoral pretende ganar votos echando las redes en los entornos más próximos sea a izquierda o derecha, delante o atrás, para acarrear una buena pesca. Lo que hay en la mar es pez y lo que hay en las redes pesquera, se repite por estas costas. El problema de una estrategia electoral en el Congreso es que aquí todo el pescado está vendido; no pica ni una abstención en la derecha, mientras ahuyenta a la izquierda. El relato, y han sido muchos, sirve si hay que volver a pescar. Se trata de proponer un relato, como repiten ahora, que les deje bien ante los futuros electores. Un relato que sirva para explicar lo que están haciendo ante los votantes y para convencerles de lo bien que lo han hecho, por si hay que echar de nuevo redes electorales. Tanto Pedro como Pablo tienen buenos relatos: públicos y publicados, escritos y recitados, por radio y televisión, por si acaso hay que ir de nuevo a pescar. Pero en el Congreso no pillan ni un voto. Tanto relato y tan difundido es contraproducente en cualquier negociación. Tanta escaramuza y descalificación mutua puede servir en una campaña o en un debate, pero nunca para generar la confianza necesaria en la negociación de un Gobierno. Encomiéndate a la Virgen, del Carmen en este caso, y no corras.

Tengo serias dudas de que una estrategia negociadora se parezca, ni de lejos, a una estrategia electoral. En una estrategia negociadora es indudable, como recomendó el presidente del PNV, Andoni Ortuzar, hay que empezar por ponerse de acuerdo en el qué, para qué, para quién, cuánto, cuándo y dónde, eso ayuda a definir el quién y cómo. Cinco meses estuvo Angela Merkel para pactar el programa del gobierno actual con sus socios socialdemócratas. Por ahí se empieza, haciendo el camino juntos surgirá la confianza, que no se negocia, se construye o se destruye. Seguramente en gran parte es una cuestión de confianza política y personal. Pero cuando se empieza tirando redes a siniestra, y también a diestra, se crea la lógica desconfianza en el llamado socio preferente, que encuentra razones para dudar de que lo sea. Seguramente lo que se pretende es poner a la derecha ante sus propias contradicciones de responsabilidad patriótica, que también son las de Sánchez -no es no-, pero en ningún caso es la forma más adecuada de construir confianza en una negociación. Se olvida que en el Congreso está todo el pescado vendido, y el que quiera peces que se moje... negociando. Un programa negociado es un compromiso y debe asentarse en el respeto y la confianza, también la personal entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. Si no mejora la relación personal entre ambos, no habrá gobierno de coalición ni pacto posible. Por eso el veto fue un error, y porque sube «el precio», como dijo Gabriel Rufián, portavoz de ERC. Como dijo el portavoz del PNV Aitor Esteban a Pablo Iglesias: el cielo no se conquista de una vez, hay que ir nube a nube; y aconsejó el propio Rufián «entren en el Gobierno -me da igual 3, 4 o 5 ministerios- y demuestren durante cuatro años que son mejores y cóbrenselo en unas futuras generales».

Complicidad, coherencia, lealtad, incluso corresponsabilidad sí se vieron entre Sánchez e Iglesias durante la campaña de las generales, y especialmente durante los debates. No se tiraron los trastos en público; más bien complementaron sus argumentos. El espectáculo de esta semana, al contrario, aumenta la desconfianza en la política y los políticos, en particular en la izquierda. Para septiembre será tarde.