Equiparar el asesinato de una mujer con el suicidio de su agresor hasta el punto de lamentar por igual la muerte de quien quita violentamente la vida de otro (de otra en este caso) que la del criminal que tras su cobarde acción decide quitarse de enmedio. Es el nuevo argumentario de Vox que hace unos días estrenó su portavoz en el parlamento andaluz, Alejandro Hernández, y que ha crecido como la mala yerba allá donde la formación ha conseguido meter cabeza. 35 mujeres asesinadas sólo en lo que va de año (11 más que en estas mismas fechas de 2018) de las que seis lo han sido en la Comunidad y cuatro de ellas en Alicante no parecen razones de peso suficientes como para secundar un minuto de silencio cuando acciones de este tipo únicamente sirvan para visibilizar el rechazo unánime a esta lacra, que no es poco visto lo visto.
La ausencia con la que los representantes de Vox en el Ayuntamiento de Alicante se estrenaron como ediles en la concentración convocada por el crimen de una mujer en Elche, a la que su expareja atacó por la espalda y luego remató en el aparcamiento de su casa cuando se disponía a coger el coche para ir a trabajar, tiene difícil justificación. Tan poca como la bochornosa imagen de la edil de Vox en Sant Joan Gema Alemán guardando distancia con el resto de la Corporación durante la protesta por el crimen de una ciudadana belga en Calp a la que su pareja le quitó la vida de una puñalada en el corazón. Con más de un millar de víctimas desde que en 2003 comenzaron a contabilizarse los casos de violencia de género, ¿aún hay quien dude de que se trata de una pandemia que requiere una respuesta global por encima de ideologías? ¿Qué se puede objetar ante semejantes aberraciones para no sumarse al sentir general de repulsa? Y puestos a lanzar preguntas ¿a qué esperan el resto de los representantes públicos a romper toda relación con semejantes compañeros de bancada? Admito que no es lo ideal pero a hacerlo se llama coherencia.
