Apago la tele y salgo al balcón por quitarme de la mente las imágenes de los tremendos incendios que asolan parte de nuestro país. Debieran parecernos hechos cotidianos, ya que se repiten tristemente año tras año..., pero no. Y acodada aún en la ventana presiento la intención de mi cerebro de sacar acontecimientos de esta agobiante memoria mía -base de datos, según el lenguaje digital de hoy- que sucedían en el pueblo de mi infancia hacia la primera mitad del siglo XX. Y como vienen al caso les contaré que siempre fue una comunidad pequeña en donde nunca se llegó a superar el millar de almas. Su característica principal era la de tener tres alfares que suministraban de cosas de barro a todos los pueblos de los alrededores y más allá. Estaba este pueblo, y aún lo está, ubicado en las faldas de las montañas de la Safor, montañones llenos de pinadas, árboles y retamas propios de estos lugares. Los alfareros no daban abasto produciendo todo tipo de cazuelas y cacharros usados en la cocina. Y así, para esa industria surgieron los leñadores que se pasaban el año recogiendo todo ramaje seco que encontraban por las montañas, huertos y allá donde la hubiera. Ellos vivían de esta actividad y en reciprocidad dejaban los montes más limpios que un jaspe. Así que jamás hubo un incendio. Y yo, apoyada aún en mi ventana, no dejo de preguntarme por qué demonios no organizan hoy grupos que limpien los bosques durante el año para que en los calores del verano no les pille con ese matorral tan proclive a levantarse en llamas. Dado que hay tanto paro... ¿Que no hay dinero, me dice usted? ¿Acaso los incendios son más baratos, incluyendo las víctimas, el dolor de los damnificados, los animales muertos y el planeta, qué les puedo contar del planeta que no sepan? Para esto hay una palabra, «reciclaje», que entonces, en tiempos no tan lejanos del hambre, se entendía en toda su extensión y profundidad.

Les contaré más versiones de la palabra que me vienen de mi base de datos, esa pertinaz memoria. Ahora el recuerdo va hacia pueblos mayores en donde también, cómo no, se daba el reciclaje. ¿Recuerdan los más viejos la existencia del zapatero remendón? Nunca se desechaban unos zapatos antes de haber pasado varios años por este profesional. Cuando aquel hombre, siempre encorvado y rodeado de herramientas, acababa su labor, decía: «Ahí los tiene, listos para otros cuatro años más». Y cuando ya no cabían apaños, el pobre par de zapatos iba a parar al saco del trapero. El ama de casa le daba la vuelta al cuello de las camisas de los hombres, se zurcían los calcetines hasta quedar para el saco, tal fin tenían las sábanas y todo lo que, por el uso, llegaba a su final. Pero hubo un curioso reciclaje: el lañador y paragüero, ambas palabras siguen en la RAE, no han sido colocadas en la hornacina de las arcaicas. Ambas labores eran complementarias, aunque no lo parezca, porque este hombre lañaba los objetos básicamente de barro que, rajados o rotos podían quedar servibles siendo juntados los trozos con lañas y maestría. Las lañas eran una especie de grapas que sacaba de los paraguas, cuyas varillas rotas servían para su confección. Podría estar sacando de mi base de datos un montón de ejemplos más, como la crianza de los animales de corral alimentados con los sobrantes de las peladuras de la cocina, y los huesos se los comía el perro. No había ni basura... Ya sé que estos son otros tiempos y en estos de lo digital, tales ejemplos resultan irrisorios. Ya, pero no dejan de ser eso, ejemplares. (He consumido en la introducción casi todo el espacio que se me permite, así que, en las consecuencias del despilfarro de hoy, que ustedes conocen bien, me toca ser escueta).

Hoy estamos abusando de la adquisición de lo superfluo; compramos sin necesidad, a la basura van bandejas de productos sin usar, los que recogen y seleccionan basuras se echan las manos a la cabeza por las cosas que se dejan perder, o se desprecian, y el asunto de las bolsas de plástico que suelen tener uno de sus fines en el estómago de los grandes peces que por ello mueren, es crispante. Qué les voy a contar sobre el fin que le espera a este hogar de todos, que es la Tierra... Los potentados ya están estudiando la posibilidad de habitar otra estrella posible y más nueva para trasladarse, porque sus millones se lo permiten, y parecen querer despreocuparse del solar de todos porque ya les importa una higa... Y nos estamos preguntando, con profunda preocupación, hacia dónde va el planeta. ¿Ustedes lo saben?

Voy a acabar, como colofón, con el final de una cronología que ha rastreado, en breve, la evolución de la humanidad, y al llegar hasta hoy, dice así: «El presente: Los humanos trascienden los límites del planeta tierra. Las armas nucleares amenazan la supervivencia de la humanidad. Los organismos son cada vez más modelados por el diseño inteligente que por la selección natural. ¿El diseño inteligente se convierte en el principio básico de la vida? ¿Homo sapiens es sustituido por superhumanos?».

P.D: Perdonen por el catastrofismo en el que me he metido. Prometo hablarles, la próxima vez, si la hay, de la primavera o callaré para siempre...