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Las lesiones de Pedro Sánchez

Para seguir correctamente la actualidad española, antes que nada, conviene situarse en el punto del proceso político en el que nos encontramos. El artículo 99 de la Constitución, muy mentado estos días, establece que el candidato propuesto por el Rey «expondrá ante el Congreso de los Diputados el programa político del Gobierno que pretenda formar y solicitará la confianza de la Cámara». Es lo que ocurrió anteayer en el Parlamento, aunque de una manera nunca vista, pues el aspirante presentó un catálogo de objetivos y políticas mientras en paralelo su partido negociaba el programa de una coalición de gobierno, lo que presupone que no ha conseguido todavía el respaldo que necesita para ser elegido presidente del Gobierno.

Es preciso recordar que Rajoy rehusó pedir el voto del Congreso hasta que estuvo seguro de tener ese apoyo y que Pedro Sánchez ya fue rechazado en una ocasión. El debate de investidura es la hora de la verdad para el aspirante. Se somete a un examen en el que sus adversarios políticos en las últimas elecciones deciden si aprueba o suspende. El desafío de obtener la autorización del Parlamento para dirigir el Gobierno se logra fácilmente si el partido al que representa tiene una mayoría absoluta, pero se vuelve un empeño difícil cuando necesita el acuerdo de un contrincante. La política, en esencia, es una lucha por el poder. En esta etapa de democracia, en España han sido numerosos los gobiernos minoritarios de un partido sostenidos por pactos parlamentarios, pero desde la II República no ha habido coaliciones de gobierno, con las consecuencias adversas que ha señalado J. M. Colomer en su interesante obra España: la historia de una frustración.

Después de unas cuantas semanas de reclamar inútilmente su derecho a formar gobierno, Pedro Sánchez se presentó a su investidura en la fecha que él mismo había fijado, con el único apoyo firme de los regionalistas cántabros y con un programa que ni siquiera él sabe si podrá aplicar. Y el balance de la primera sesión del debate es muy desfavorable para el candidato. Pedro Sánchez fue vapuleado a derecha y a izquierda y salió maltrecho. Los rasguños causados por sus tres principales rivales son muy visibles. Los tres atacaron con eficacia los flancos débiles puestos al descubierto por el líder del PSOE con sus contradicciones y sus frivolidades, y le hicieron daño. Los tres coincidieron en poner de manifiesto una profunda desconfianza hacia él. En sus intervenciones pudo apreciarse incluso cierta falta de respeto. La embestida más violenta vino de Albert Rivera, que se empleó con un tono destemplado, mitinero, impropio de un dirigente que aspira a liderar la oposición y gobernar. El apodo utilizado para referirse a algunos interlocutores del gobierno cesante lo descalifica. Pero el deterioro mayor en la imagen de Pedro Sánchez lo causaron Pablo Casado y Pablo Iglesias, que cuajaron una actuación muy brillante y rica en argumentos políticos. Frente a ellos, el líder socialista solo acertó a responder implorando, cuando no conminando a que le dejaran gobernar, sin nada más que añadir. El momento culminante de la sesión, que estaba precedido por una expectación lógica, llegó con Pablo Iglesias. Con su característico gesto, ceñudo y concentrado, emplazó a Pedro Sánchez a un duelo con un discurso muy medido y sustancioso. El líder socialista pareció rendirse y concedió al de Podemos el turno final de réplica. El intercambio pasará a los anales del parlamentarismo español.

Los españoles han sentido curiosidad por saber con qué fin los dirigentes políticos, unos más que otros, han estado durante semanas haciendo el saltimbanqui. Tras la primera sesión del debate, se ven asaltados por otras preguntas. La que se hace todo el mundo que está atento es por qué Pedro Sánchez solicita con tanta insistencia la abstención del PP y Ciudadanos mientras negocia una coalición de izquierdas. También hay quien duda de la intención de Pedro Sánchez de compartir gobierno con Podemos. Lo verdaderamente asombroso es su comportamiento desde las elecciones. Quizá solo él sepa a dónde va. Pero en torno a su figura política empieza a congregarse una mezcla de sospecha y sensación de riesgo.

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