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El indignado burgués

Sobreactuando, que es gerundio

El populismo tiene muchísimas aristas, casi todas punzantes y negativas, y una de ellas es la norma de que el espectáculo lo es todo y cualquier cosa vale para ganar datos de audiencia, que es el dios de esta nueva forma de hacer política. Los minutos de gloria en televisión, que luego se extienden interminablemente como si fueran masa de pizza en las redes, los chiringuitos digitales y que al final llegan, como los restos del naufragio a la playa, a los medios serios, se consiguen a base de provocaciones, salidas de tono y en general de sobreactuaciones, que era antes el peor insulto que podía dedicarse a un actor.

Ya no. Sobreactuar no es pecado sino necesidad, porque para estar en lo alto del «candelabro» hay que competir con los descerebrados que se matan haciéndose un selfie en un acantilado, los locos que montan pollos a los picoletos en los controles de alcoholemia, los aprendices de suicida que graban a su Fiat Panda a 200 por la autopista y los gatitos, muchos gatitos, tan adorables y heterodoxos. El partido naranja, el que fuera una alternativa de gobierno en un lejano pasado, está en esas y unos días van a que les partan la cara a lo más recóndito del País Vasco o Cataluña y otra a que les tiren botellas en el Orgullo, por supuesto con colegas bien situados para que graben bien el momento si la contraparte entra al trapo (que suele).

El mecanismo consiguiente es de manual: tenemos todo el derecho del mundo a estar aquí, la calle es de todos, vulneran nuestra libertad de expresión ergo son unos totalitarios y unos fascistas. Y la culpa de todo es de Sánchez, faltaría más. No es mi ser favorito ni mucho menos, pero le están pinchando los salmones en sus anzuelos como hacían los hombres rana con el eximio Caudillo.

Vale. La libertad de expresión consagrada en la Constitución se puede ejercer en Zamora o en Rentería o Gerona con el mismo derecho e incluso dentro de una manifestación donde no se les quiere (por aliarse con la ultraderecha, les recuerdo, que no sólo quiere acabar con la manifestación del Orgullo sino que quiere reconvertir a los gays en heterosexuales a base de terapias o bofetadas si no cambian por las buenas). En todo caso ni las ideas independentistas ni las orientaciones sexuales justifican ninguna agresión ni siquiera si media provocación, pero los titulares o los videos virales a cualquier precio son una escopeta cargada que cualquier día puede dispararse con resultados nefastos.

El victimismo es una herramienta política de patas cortas, pero de efectos inmediatos. Nada mejor para sembrar de complicidades que añadir imágenes de violencia contraria a una postura, respetable como todas las que entren en el campo de la opinión y no se salgan de ese margen. La utilización por los independentistas de la Guardia Civil dando porrazos en su seudo referéndum ha hecho más por ellos que cientos de horas de proclamas, soflamas, fervorines y tertulias en su tele del régimen anti español y, para qué vamos a hacernos los inocentes, estaba tan preparado como lo de Rivera. Todo por la Audiencia: adoremos los «Megusta» y los «Compartir».

De ese victimismo somos maestros en la provincia de Alicante al decir de nuestros hermanos mayores de Valencia. Quejarnos nos quejamos una barbaridad, aunque en la mayoría de los casos la protesta no sale de una tertulia de mesa camilla, mientras que los listos de verdad se llevan el gato al agua y eso sin ruido ni remolino. Les recuerdo cómo ha acabado el conflicto de nuestras asociaciones empresariales provinciales con la madre Valencia y les digo que seguramente haya sido finiquitado de la mejor forma posible, porque prolongar enfrentamientos y agonías cuando tienes todo en contra es, directamente, suicida.

Ahora queda por ver qué va a pasar con la Diputación y con los ayuntamientos de la provincia en manos del PP, si tratarán de ser la aldea gala en medio de la «Pax Romana» a base de bofetadas, pócimas, calderos con poción mágica (véase Asterix) y alegatos sobreactuantes a agravios reales o inventados, o intentarán hacer valer sus poderes para arrancar concesiones del norte. Creo que tengo claro lo que va a pasar, nada que no haya pasado antes y que no vuelva a pasar en el futuro, que la historia cuando se empeña en ir por un camino no cambia de dirección así la aspen.

Pero para ser justos dejemos tiempo al tiempo, que estas cosas tienen su proceso y su liturgia, además de ratos inacabables de diversión para los humildes observadores.

P.S. Uno de mis personajes favoritos se ha jubilado esta semana a la provecta edad de 81 años. El gran Pepe Cholbi, Síndic de Greuges, deja su larguísima vida pública y se va a topar con la perplejidad de no saber qué hacer con su vida como particular, que el hombre ha estado al pie del cañón hasta el último día. Me crea un grave problema que veremos cómo resuelvo, porque en mi imaginario Pepe Cholbi es una metáfora de la eternidad, de lo que permanece inmutable a pesar de los vaivenes del tiempo. Un hombre que ha tenido cargo público ininterrumpido desde los fenicios hasta ahora, como personaje me daba un montón de juego en estas columnas. Me echo a temblar pensando en el día que se jubile Ángel Franco, mi otro referente de lo mismo, que me parece imposible que se retire, pero ya ven. Pues nada, Pepe, que ya te estoy echando en falta.

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