No creo que Pedro Sánchez lo recuerde, pero lo que pasó en Cataluña tras las elecciones de 2003 ilustra bien las dificultades de que Pablo Iglesias pudiera ser vicepresidente.

En aquellas elecciones Pasqual Maragall, bajando diputados, ganó con el 31,16% del voto a Artur Mas (30,94%), aunque Mas, que también perdió escaños, sacó 46 frente a 42 del PSC. Pero ni Maragall ni Montilla querían perder la oportunidad de acabar con 23 años de pujolismo. Para ello necesitaban a la ERC de Carod-Rovira, la fuerza que mas votos y diputados había subido pese a haber quedado lejos del PSC o CiU.

Al final se formó un gobierno bicéfalo (que el término tripartito define mal). Maragall sería presidente y Carod-Rovira «conseller primer». El acuerdo era para acabar una época, pero PSC y ERC no tenían claro el proyecto de futuro y Carod creía reflejar mejor el signo de los tiempos. A los pocos días Carod, con buena intención y tras consultar al Abad de Montserrat pero no a Maragall, se fue de incógnito a Perpignan para negociar con ETA (tras un largo recorrido en coche con los ojos tapados). Cuando aquello se supo hubo una bronca descomunal entre el PSC y ERC. Y entre el PSC y Zapatero. El tripartito -con elecciones anticipadas en el 2006 y el relevo de Maragall por Montilla- sobrevivió hasta el 2010. Pero la confianza entre el PSC y ERC estaba rota y el proyecto quedó tocado de muerte.

Ahora Sánchez (al contrario que Maragall en 2003) ha subido escaños mientras que Pablo Iglesias (al revés que Carod) los ha perdido. Un gobierno Sánchez apoyado desde fuera por Podemos, o con ministros técnicos morados, sería una solución. Sánchez sólo tiene 123 diputados y PP y Cs están enrocados en el «no es no» como principio universal (la derecha española no sabe ser pragmática).

Un gobierno socialdemócrata sin mayoría y con apoyo de partidos más a la izquierda, que no quieren que mande la derecha y renuncian a estar en el Gobierno, no es anormal en la UE. Pasa en Portugal desde hace tiempo y ahora en Dinamarca.

Pero Iglesias no lo admite y cree que lo que practican las izquierdas radicales portuguesas o danesas es una pura y simple bajada de pantalones. Iglesias es un político complejo. Sus brillantes intervenciones en los debates electorales le permitieron una remontada, pero las excomuniones de Íñigo Errejón y Carolina Bescansa indican caudillismo. Además, en plena negociación y cuando Sánchez ofrecía ya ministros técnicos de Podemos, convoca un referéndum entre sus bases para que sólo acepten un gobierno bicéfalo. Es una forma algo chantajista de negociar que le resta mucha confianza.

La coalición con Iglesias sería un gobierno bicéfalo, con un vicepresidente con agenda propia y poco de fiar. Visto lo visto, ¿quién garantiza que en pocos meses no convocara un referéndum entre sus bases sobre el derecho a la autodeterminación, la bola negra al Tribunal Supremo, o el choque sobre la reforma laboral o la política económica, materias en las que, una vez dentro del euro, España tiene poco margen respecto a Francia, Alemania o el BCE? Tsipras, que ha perdido las elecciones, pero ha quedado como el primer partido de la oposición, lo comprobó tras haber prometido todo lo contrario en el referéndum del 2015. Pero Tsipras ha quedado mucho mejor librado que Varoufakis, el héroe de los alcaldes de Podemos, que ha salido diputado por los pelos.

Además, el peso parlamentario del PSOE y de Podemos (al contrario de lo que pasó en Cataluña en el 2003, donde ERC podía hacer mayoría con CiU) no justifica los riesgos de un gobierno bicéfalo. España necesita un gobierno con un presidente, no con un presidente disminuido por un vice caudillista que, pese al resultado electoral, cree que encarna las aspiraciones del pueblo «auténtico». Quien rehuye siempre hablar de Venezuela, no es un vicepresidente adecuado para un país que quiera tener voz, voto y peso en una UE que necesita cohesionarse.

¿Entonces? Sánchez sólo tiene 123 diputados e Iglesias no puede ser vicepresidente. Estábamos en la cuadratura del círculo y todo el mundo temía ya la repetición electoral en noviembre. Pero ahora Iglesias -tras la oferta del PSOE de no vetar a Irene Montero- ha quedado descolocado y ya admite que no será vicepresidente. La investidura todavía no está desbloqueada y la negociación final será dura. Pero Sánchez le ha ganado el póquer y ya no es imposible que el próximo jueves sea investido. Iglesias no puede atreverse a frustrar el deseo de toda la izquierda de no malbaratar el ajustado resultado del 28-A.