Con una inmensa atención he leído la carta escrita por la comunidad de monjas canónigas lateranenses de nuestra ciudad de Alicante («les monges de la Sang»), escrita el pasado 28 de junio, dirigida a esta ciudad, a sus gentes, a «esta casa „como dicen ellas„ que es para nosotros Alicante», explicando las razones del inminente traslado al Santuario y Monasterio de la Santa Faz... Y ¡me han emocionado! Son palabras cargadas de sentimientos, de recuerdos; son palabras plagadas de agradecimiento, de cercanía; son palabras encendidas de amor entrañable a nuestra ciudad, a su gente y a su devoción multisecular apiñada en torno y orientada, como una única mirada, a la Santa Faz de Jesucristo.

Es una carta que recuerda la historia y que hace historia. Recuerdan el origen de su presencia entre nosotros, en esta «terreta», desde el año 1606 cuando vinieron desde Valencia por requerimiento del Cabildo, reunido en el Ayuntamiento, para que iniciaran la vida monástica en la que fuera la ermita de la Sangre de Cristo, ubicada a pocos metros de la construcción iniciada por los jesuitas en el siglo XVIII. «Desde entonces hemos hecho historia con este pueblo, latiendo al unísono de sus esperanzas, alegrías, dificultades y devociones». Así es. Porque la historia no sólo la hacen los famosos, sino también aquellos hombres y mujeres anónimos que trabajan y se esfuerzan por el bien y para que el bien llegue a todos. ¡Así son estas monjas!: las que vinieron ayer, con generosidad de ánimo, y las que ahora, no sin menos magnanimidad e ilusión, se trasladan a la Santa Faz porque „como explican„ «se nos pide para un bien de la ciudad y a través del Cabildo y la solicitud de nuestro obispo diocesano».

Se trasladan dispuestas a relevar a la benemérita Orden de Clarisas, que tan fielmente han custodiado la Sagrada Reliquia durante quinientos años. Es un relevo fraternal entre mujeres que saben lo que llevan entre manos: vivir ante el Rostro del Señor resucitado, intercediendo por todos los demás alicantinos. A nosotros nos toca, ahora, agradecer este relevo a quienes se trasladan, pero también a quienes se marchan después de haber cumplido diligentemente tan gran misión.

Es un relevo histórico para la ciudad que no puede pasar inadvertido. Se trata de mujeres que, en algunos casos, han venido de lejos, con otra lengua materna, pero saben la misma gramática del amor y de la entrega. Miran al frente, sin miedo, pero también extienden sus brazos a los lados para abrazar «con ternura especial, en estos momentos que también suponen desgarro, a la gente de nuestro barrio: el casco antiguo de la ciudad». Son mujeres haciendo historia.

En un tiempo en que pensamos que la historia solo se hace a golpe de pactos forzados, de manos estrechadas aun a pesar de los recelos, existen también otros pactos, pactos de sangre, en donde se entrega la vida y se derrama todo el amor que corre por las venas. Las mojas de la Sangre se trasladan para acoger en otra casa a los peregrinos y devotos de la Santa Faz que, como dicen ellas: «Es el velo del amor que recoge la sangre de Jesucristo, la fuente de la Misericordia».