Es un veterano conocido de Alicante al que hemos visto otra vez por aquí. Llenó el Fijazz del ADDA el pianista, compositor y arreglista Chucho Valdés con la invención musical de su moderno jazz afrocubano, que enlaza con lo que representó su padre Bebo Valdés. Este reinventó esta clase de música, y su hijo se inspiró en él yendo más allá y abriéndose ante la amplia diversidad de géneros musicales que existen. Ahí sigue con sus 77 años y cuatro colegas acompañándole brillantemente para continuar poniendo en marcha lo que ya propuso en 1972.
Poner tambores batá (cosa que hizo su padre) en vez de la batería. Del álbum de entonces, Jazz batá, surge la segunda parte, Jazz batá 2, y de esto va la gira de Chucho Valdés, rompedor de etiquetas y fronteras que rinde homenaje a Bebo. La capacidad creativa y el sentido experimental de Valdés laten con el acompañamiento de esos tambores originarios de la religión yoruba. Dreiser Durruthy lo demuestra. Una base rítmica que se enriquece con el contrabajo de Ramón Velásquez y el bajo eléctrico en menor medida, las congas de Yaroldi Abreu y la percusión de Abraham Mansfaroll. El piano disfruta con esa sonoridad del África occidental y de la tradición cubana a través del carácter jazzístico que Chucho recrea magistralmente, con su gran poder de seducción.
Un atractivo concierto que no solo impone él, sino todo el conjunto. Obatalá se refiere al dios de la justicia y la sabiduría. Ochún es el amor y la fertilidad que representa la Virgen de la Caridad del Cobre, patrona de Cuba, según dice el prodigioso pianista, uno de los mejores. Durruthy toca, expone cánticos y danza como una forma de ritual para limpiar impurezas. Los otros tres percusionistas se unen después a ese espectáculo al que se suma Chucho, perro viejo que también interpreta la bella pieza 100 años de Bebo, la emotiva Caridad Amaro (dedicada a su abuela), El güije, Chucho's mood o una libre adaptación del Concierto de Aranjuez, llena de vida y de malabarismo musical en busca de sonidos diferentes.
