Las naves enviadas al espacio dentro del proyecto SETI de búsqueda de inteligencia extraterrestre, una vez fracasado el intento de encontrarla en este planeta, transportan momentos de la supuesta grandeza humana. Deberían incorporar por fuerza el vídeo de la final de Wimbledon de 2008, para demostrar a los hipotéticos alienígenas que los terrícolas no son una tribu de fracasados. No solo fue el mejor encuentro del siglo, sino por los siglos de los siglos.

Once años después, apenas un segundo en lenguaje interestelar, los mismos jugadores se enfrentaron en las semifinales del torneo londinense. Y no cabe descartar que Nadal y Federer vuelvan a encontrarse en otra eliminatoria avanzada de la edición del año 2030 y subsiguientes. El mallorquín perdió la revancha del siglo cumpliendo la máxima que inspira su carrera. Ante Nadal, el rival adquiere siempre su máxima expresión. Y ocasionalmente, vence.

El tenista de Manacor ha atraído al tenis a millones de personas estimuladas por su juego o su patriotismo, si alguien puede encontrar una diferencia entre ambos. Sin embargo, los aficionados y semiprofesionales de la raqueta se muestran remilgados ante un campeón que acaba los partidos embarrado.

Por primera vez he comprendido a quienes sostienen que, con independencia de los resultados, el tenis de Federer siempre será más depurado que el estallido wagneriano del segundo mejor jugador de la historia. Es mi única ventaja sobre Nadal, que todavía no acierta a descifrar cómo perdió la semifinal que confió a la cronología. El suizo es seis años más viejo y vivimos un verano de cambio climático. Por tanto, se derrumbaría o se derretiría. Por si esto fuera insuficiente, el mallorquín había encontrado un nuevo aliado en Wimbledon, su servicio.

Federer contrarrestó el reloj y la exuberancia física de su rival sin dar un paso de más. Racionó hasta la respiración. De hecho, ganó la semifinal al entregar que no perder el segundo set, en un astuto sacrificio de dama que le concedió un respiro en medio de la batalla. Nadal se tragó el regalo de este caballo de Troya, ralentizó sus prestaciones y no pudo reiniciar sus reactores nucleares a tiempo.

La derrota en la semifinal del viernes no compensa la tragedia que sufrió Aquiles Federer en 2008 sobre la misma hierba. Nadal amargó y alargó paradójicamente la carrera del suizo, por no hablar de las miradas de Lady Macbeth que le lanza su esposa. Este daño es irreversible.

Resuelta la semifinal, queda aclarar si Nadal (18 Grand Slam) prefiere la victoria final de Federer (20) o del amenazante Djokovic (15). Ha de pujar por el serbio, para mantener vivo el sueño cada vez más apagado de igualar al suizo.