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Mercedes Gallego

Enmerdar

Viví hasta los 18 en un pueblo en el que ser gay (aunque entonces y allí, al igual que en otros muchos lugares, se les llamaba maricones) era una proeza. De aquellos años recuerdo dos chavales algo mayores que yo de los que a veces a la cara y otras, la mayoría, a sus espaldas se burlaban los machotes del lugar cuando en un gesto de valentía, que seguro que ni ellos mismos valoraban, se mostraban tal cual eran. También habría lesbianas, pero ellas no se atrevían a tanto. Esto ocurría en unos tiempos en que los derechos del colectivo LGTBI no existían y los de las mujeres, casi tampoco. Un agravio que, pese a lo que queda por recorrer, se ha ido corrigiendo con mucho esfuerzo como para permitir que políticos a lo que no les importa a quién pisan con tal de estar en el candelero (o compañeros de viaje que se empeñan en mantener la vista en el retrovisor) vengan a contaminarlo todo. Solo por aquellos dos chavales y por tantos otros, entre los que también se encuentran militantes, votantes y simpatizantes de estas formaciones, la lucha no puede enmerdar. Perdón, politizar.

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