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Chupinazo de precampaña

Más cucharadas de bloqueo político. Más desencuentros. Y chupinazo por ahora para una nueva precampaña electoral. «Tuya es la culpa», se dicen mutuamente, intentando salvar la piel cada uno. Elementos de negociación hay, pero se tensa la cuerda al máximo y se quiere llegar al límite a ver qué pasa, quién cede, si es que alguien recula con mayor claridad, que no es fácil, porque nadie pretende quedarse en paños menores ante el electorado.

La cuestión es el ser o no ser de unas nuevas elecciones. Votar otra vez o no votar plantean Sánchez e Iglesias ejerciendo los dos el papel de Hamlet. La duda que se irá despejando si los contendientes dejan de exhibir músculo y sellan la calma, tras la tempestad, con un matrimonio de conveniencia. ¿Coalición o cooperación? Este también es el problema que debería resolverse. ¿Qué es mejor de cara al país y a la ciudadanía, perseverar con absoluta tozudez en las negociaciones o la flexibilización de actitudes, sin sonrojos, que aleje la sombra de una repetición de elecciones generales?

En estos sanfermines de la investidura, el toro de Sánchez persigue al «socio preferente», el corredor Iglesias, y los pitones de la formación morada buscan una vicepresidencia y algunas carteras y embisten contra los socialistas. Reses bravas y cabestros varios protagonizan la parodia nacional sin fin, a la que todos contribuyen con postureos infantiles que merecen tirones de orejas por parte de la sufrida población.

Debe ser muy difícil llegar a un buen acuerdo programático entre los púgiles principales, PSOE y Unidas Podemos, abandonar las amenazas mutuas y quitar piedras en el camino en vez de colocarlas. Gobierno monocolor o coalición de izquierdas. Desbloqueando cuanto antes la situación, con la mayor sensatez y lealtad posibles, sin que prevalezca el interés personal o partidista.

¿Si no existe acuerdo ahora, llegará en septiembre? Sánchez sigue diciendo hoy que no. Iglesias sostiene que finalmente lo habrá. Pero el tiro le puede salir por la culata. El presidente en funciones no se fía del líder morado, y este tampoco confía mucho en los socialistas.

Ya ven que el ánimo de pactar tiene anemia y que unos y otros pretenden imponer su ley del embudo. Las presiones continúan. Y los contribuyentes pagan los platos que otros rompen.

A Pablo Casado y a Albert Rivera solo se les reclama que faciliten la gobernabilidad, no que dejen de ser oposición y alternativa. El cerrilismo del líder naranja vigila a Sánchez con unos prismáticos desenfocados, mientras los populares aspiran a dejar en cueros a Rivera, aunque eso implique favorecer la investidura con una abstención en el último minuto. En septiembre, eso sí.

Puntos para Casado, y Rivera e Iglesias quedarían en fuera de juego cantando el «Pobre de mí». PSOE y PP formarían una especie de gran coalición. Y el bipartidismo volvería a colear. Las intrigas palaciegas funcionan con nervio bajo las alfombras.

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