Los liberales han tenido un gran papel en la conformación de la Europa actual. En Alemania se llegó a decir la «butade» de que sobraban las elecciones. Mandaba la CDU mientras tenía el apoyo de los liberales del FPD y cuando lo perdía el gobierno iba a los socialistas. Y a la inversa. Aquello acabó cuando los liberales abandonaron la posición de ser en ciertas cosas -la defensa del mercado- más firmes que la CDU y en otras -los derechos personales- estar más cerca del SPD.

Macron fue elegido presidente el 2017 con un nuevo partido que agrupa a los socialistas liberales y a los liberales menos conservadores. Asesinado José Canalejas en el lejano 1912, en España la influencia liberal ha sido mucho menor. Algunos responsabilizan en parte del fracaso de la II República a la desunión de los liberales, partidos entre el partido radical de Lerroux, que quería integrar a la burguesía en la República, y los partidarios de Manuel Azaña y la alianza con el PSOE. Todo adobado por el personalismo del presidente republicano (antiguo monárquico) Niceto Alcalá Zamora.

En la transición, el liberalismo de Joaquín Garrigues Walker tuvo influencia en la UCD, pero luego los liberales quedaron subsumidos en el PP. Hasta que Albert Rivera emergió en las elecciones del 2015 con un partido que se definía liberal y reformista, quería corregir los vicios del bipartidismo y gobernar con el PP o con el PSOE. Ser la bisagra que centrara a los dos partidos.

Pero Cs -ahora el tercer grupo parlamentario- ha iniciado un nuevo rumbo. Aspira a desbancar al PP y ser el gran partido de la derecha negándose a toda colaboración con el PSOE a cuya dirección ha calificado de no constitucionalista. El extremo de este giro se ha visto esta semana cuando Rivera se ha negado a reunirse con Pedro Sánchez en la nueva ronda de consultas. Esta deriva ha provocado la dimisión del joven diputado catalán Toni Roldán y el notorio malestar del economista Luis Garicano, que encabezó la lista europea.

Rivera quiere ser presidente. Poco a objetar. La ambición es sana y también lo quisieron ser -sin ningún complejo- González, Aznar y el propio Sánchez. Pero querer suplantar al PP aliándose con él en todas las autonomías y dejándose arrastrar a turbias relaciones con Vox no es la mejor fórmula para construir una marca atractiva y de futuro. Y todavía menos comprensible es el cordón sanitario a Pedro Sánchez.

Con el actual parlamento, sólo Sánchez puede ser presidente. Con un pacto con Podemos -legítimo, pero que puede resultar poco alentador para la economía y la incardinación en la UE-, o con pactos de geometría variable si para la investidura tuviera la abstención de Cs. Rivera cree que esa abstención sepultaría su aspiración de liderar la alternativa. Pero puede estar equivocado. Facilitar un gobierno del PSOE sin hipotecas a Iglesias es lo que quieren, según las encuestas, muchos electores de Cs (y del PP) y los empresarios que quieren invertir (jugarse su capital o su crédito) en un marco estable y europeo (sin inventos hispánicos).

Permitir la investidura de Sánchez le daría a Rivera un papel central ya que podría influir mucho en la legislatura y si la experiencia fracasaba atacar al PSOE con gran autoridad moral. Sería una forma clara de erigirse en el líder indiscutible de una opción liberal y constructiva.

Pero Rivera parece apostar por otros escenarios. El primero es la repetición de elecciones (si Sánchez no se rinde a las exigencias de Podemos) y creer que en ese caso Cs podría ganar las elecciones. Es algo descabellado porque ninguna encuesta avala esa posibilidad. La valoración de Rivera ha caído desde el 4 en mayo (ya a la baja) al 3,8 en junio, algo por encima de Casado (que sube) y de Iglesias, ambos con un 3,4, pero muy lejos de Pedro Sánchez que ha pasado del 5,1 de mayo al 4,8 de junio.

Pero Rivera puede estar tentado también por el irresponsable escenario del desastre. Que haya coalición PSOE-Podemos, que ese gobierno no funcione y comporte negativos efectos económicos que fuercen elecciones anticipadas en 12 o 18 meses y que entonces la derecha pueda ganar y que Rivera, por ser más guapo, quede por delante de Casado. Sería jugar al suicida «cuanto peor, mejor».

Sólo Sánchez puede ahora formar gobierno, pero si Rivera actúa con más cerebro que ego puede quedar en una posición óptima. En lenguaje primitivo, ser el rey del mambo. ¿Es posible que la impaciencia y el cesarismo le impidan ver tanto su propio interés como lo que sería lo mejor (o lo menos malo) para el país?