Demoledor es el último anuncio de la DGT que está calando en la conciencia de la mayoría de los conductores, y que pregunta a quien lo ve: «En un accidente de tráfico, ¿quién querrías ser, el muerto o el causante del accidente? Piénsalo bien, porque en el caso de que vivas te acusarán como autor de un homicidio imprudente».

Desde luego, la cuestión que suscita el anuncio no puede ser más directa e impactante y busca y encuentra lo que pretende, que no puede ser otra cosa que hacer meditar a aquellos conductores que siguen conduciendo con exceso de velocidad, que no respetan las normas de circulación, que beben en exceso o se drogan y siguen conduciendo. Porque pese a que las normas de tráfico se duplican cada año, introduciendo un demoledor derecho sancionador en el terreno penal y administrativo, parece que existe un grupo de incumplidores a los que les da igual la norma y la sanción.

Lo que la DGT pretende con este acertado planteamiento es prevenir ante la campaña veraniega que ya ha comenzado, y que salir a la carretera con un vehículo de motor no se convierta en un riesgo del que no sabemos cómo podremos salir. Porque en la pregunta que lanza la DGT la cuestión demoledora es que el conductor cumplidor puede ser el muerto, y es el incumplidor el que se someterá a un proceso penal, que ahora lleva un incremento de penas desde que en el pasado mes de marzo entró en vigor la reforma del Código Penal que en el artículo 142 bis ha elevado las penas en estos casos graves hasta los nueve años de prisión, como ya explicamos en su momento.

La cuestión que nos suscita el anuncio no es baladí, porque quien atropella a peatones, a ciclistas o a otros conductores y ocupantes debe asumir el proceso nuevo que ahora lleva consigo la reforma penal, y las consecuencias personales que ello le puede suponer. Pero resulta evidente que quien es el inocente, que es el atropellado, ya no está, y sufren de una forma brutal sus familiares, su pareja, sus hijos, sus hermanos. Y estos no pueden llegar a comprender cómo pueden existir personas tan irresponsables, que hasta cuando vean el anuncio responderían sin dudarlo ni un segundo, que siempre querrían ser el conductor imprudente. Y lo contestarían, además, sin pestañear. Con ese abrigo de irresponsabilidad que protege mentalmente a los infractores y les hace inmunes al sufrimiento que siempre tendría cualquier persona que ha causado un daño tan grave a otros. Y esto es lo más grave del anuncio referido, que aunque esté bien pensado y bien dirigida la pregunta para abrir el debate mental en los telespectadores, resultará que seguirán existiendo los conductores irresponsables a los que no les afecta esta pregunta o esta duda. Porque seguirán incumpliendo, bebiendo, drogándose, conduciendo con exceso de velocidad, infringiendo normas de todos los colores, etcétera. Y resulta que a quienes nos impresiona el anuncio es a quienes cumplen las normas y, claro está, se hacen la pregunta del anuncio por si en un día un despiste les puede hacer estar posicionados en esa duda que nos plantea esta agresiva publicidad.

En cualquier caso, el efecto debe producirse, porque está impactando el mensaje. Y la publicidad buena es la que abre el debate y origina reflexiones. Puede, por ello, que produzca sus efectos. Y aunque puedan salvarse algunas vidas de inocentes podremos dar por bueno el intento. Por ello, las vacaciones son para recordarlas, no para dejarnos la vida en la carretera por las imprudencias, ni para dejar la vida en ella de los demás. De eso, mucho menos.