Tasa turística, sí; tasa, no: he aquí la cuestión. El simple hecho de mentar la palabra, «tasa turística», ya concita alteración. Nada más lejos de la calma y raciocinio para alcanzar, al menos, a ver qué es esto. ¿La tasa perjudica o la tasa beneficia?... Permítasenos poner la cuestión en contexto, para tratar de hallar vías de comprensión:

Resulta que nadie discute que el turismo es una industria importante entre nosotros (14,9 del PIB estatal, año 2017). El turista, el señor turista, no hace falta decirlo, es la figura y objetivo deseado y buscado, el actor que lo promueve todo... Y, ¿con la tradicional oferta de territorio, playa, sol, paisaje, es decir, oferta de los recursos naturales, tendremos suficiente?, ¿será bastante para atraer al turista? ¿O deberíamos ofrecer algo más?... Quien ha de decirlo es el turista, o las preferencias del turista que, resulta, ya no se conforma con la oferta tradicional; ahora, además, demanda un plus de gestión, de calidad, de especialización o singularidad, lo que se traduce necesariamente para nosotros, ¡atención!, en un «plus de inversión».

Por tanto, pues, hemos de ganar en cualificación y singularización; en otras palabras, tenemos que invertir (o mejorar la dirección de la inversión), porque estamos en un mundo o en una realidad cambiante, que exige adaptación, que exige estar o ponerse constantemente al día. Y seguramente saldrá ganando la atención y seguridad del turista, su confort e higiene, en definitiva, su satisfacción y posibilidad de retorno o que hable bien.

Llegados aquí, todos sabemos y vemos que la realización de esa actividad económica turística conlleva una ocupación espacial del territorio, se produce sobre un territorio. Un territorio que, se supone, está ordenado o debería estar ordenado para la mejor consecución de dichos fines. El territorio, de ser la original y genuina atracción del turismo, pasa a convertirse en la localización del hecho turístico, en el escenario, por lo que requiere una gestión, un desarrollo, un mantenimiento, que nos lleve a su buen estado de salud (esto se llama «desarrollo sostenible»), que evite y aparte impactos y consecuencias desfavorables, dañinos para la optimización y persistencia del hecho turístico, en definitiva, dañinos para la persistencia y continuidad de la actividad económica que representa la principal manera de vivir en muchas comarcas. Y todo esto se debe pagar, se debe financiar. Y preguntamos: ¿se debe pagar sólo por los habitantes de los lugares receptores de visitantes?, ¿lo tenemos que pagar todos con nuestros impuestos? ¿O también debe ser pagado por los visitantes consumidores de ese territorio?... La lógica dice que quien hace uso de algo, también debe ser corresponsable en su mantenimiento y tratamiento. Y eso, en este caso, se llama «tasa turística». Tasa que se destina a mantenimiento y a infraestructuras, a fomento y promoción del turismo, a los ayuntamientos y mancomunidades de todo tipo.

Dentro de nuestro Estado, en Baleares y en Cataluña ya se aplica. En el marco de la Unión Europea la tienen implantada 14 Estados: Alemania, Austria, Bélgica, Italia, Francia, Países Bajos, República Checa, Eslovaquia, Hungría, Croacia, Eslovenia... Y algunos otros más como Suiza, Serbia, Montenegro, EE UU (en Nueva York, 3,5 dólares noche)... Incluso Marruecos o Túnez, competidores nuestros en el sur del Mediterráneo, también la aplican. Con lo cual se demuestra que la tasa no es una medida disuasoria del turismo, sino coadyuvante de la excelencia para el turismo.

En realidad, cuando se dice «venga y disfrute de nuestro sol», falta decir que las papeleras, las depuradoras, los policías, o la luz de las farolas..., el turista también los debe pagar (aunque sea simbólicamente).