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Opinión

17 años ya

El fútbol es acudir al estadio: rescatar la bufanda del armario, vestir al chaval no me coja frío, agarrar el autobús con las amigas, subir la cuesta de San Blas, desembarcar ante la mole severa del Rico Pérez, buscar tu puerta, sumergirte en la multitud para sentirte parte de su identidad colectiva; pasar el torno, ascender las escaleras, salir por los vomitorios al campo, buscar tu butaca, saludar rostros conocidos, contemplar cómo se van pintando de mil colores las gradas conforme se colman de banderas y enseñas, esperar a que todo comience. Formar parte de esa única garganta que integran 30.000 espectadores para animar al Hércules porque desde tiempos inmemoriales tu familia, tu gente, tu imaginario infantil son del Hércules, aquí te tocó nacer, de aquí eres; esperar que el partido vaya bien y que podamos hacer frente con dignidad al gran rival que hoy nos visita y donde juega Messi o Benzema o Griezmann o Parejo o Joaquín o Jorge Molina o Banega, que cracks hay en todos los sitios pero cuidado, que nosotros también tenemos peloteros de talento y, oiga, un respeto, que nosotros somos el Hércules, esto es el Rico Pérez, esto es Alicante; colocar desde el primer minuto el alma en el ánimo del partido, vibrar junto a tus miles de compañeras y compañeros de grada con sus lances, con un córner o un buen regate, y dejarse llevar por una de las tres o cuatro sensaciones más placenteras que deben existir en el planeta: cuando los tuyos marcan gol; aplaudir, cantar, animar para que tu equipo ahí abajo en el césped sepa que no camina solo, que estás con él mientras defiende esa apurada victoria de 1-0 y el rival aprieta, vaya si aprietan estos tíos, qué buenos son, por eso juegan en Champions; pedirle al árbitro la hora, vamos, pita ya; y estallar en otro éxtasis cuando acaba el envite y se abraza un triunfo que es una gesta.

Eso sería el Hércules en Primera, un estado de ánimo que esta ciudad ha experimentado sólo dos ocasiones en las últimas tres décadas. En ese mismo periodo suma 17 temporadas en Segunda B. Seguirá una más. Las lágrimas de Chechu ayer en Ponferrada así lo atestiguan. Roto otra vez el sueño, sumidos otra vez en la mediocridad.

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