Del fútbol se recuerdan las gestas, que son inmortales. Títulos, Ligas, Copas y demás torneos se ganan todos los años, antes de cada verano, mientras que las gestas solo aparecen de tarde en tarde. Y quedan grabadas a fuego a través de literatura épica, empeñada en recuperarlas de tanto en tanto para mantenerlas vivas. Yo no había nacido en 1950, pero sigo leyendo con interés los textos que, coincidiendo con aniversarios, devuelven a la memoria la proeza de aquel Uruguay que, contra todo pronóstico, venció a Brasil en la final del Mundial que acogió Río de Janeiro a mitad del siglo pasado. Y releo las citas que quedaron en el camino, como aquella del capitán uruguayo Obdulio Varela, «El Negro Jefe», que nada más pisar el césped y escuchar el atronador rugido de las 200.000 gargantas que se desgañitaban en Maracaná arengó a los suyos con un indiscutible dato: «Recordad que somos once contra once, todos los demás son de madera».

Los que padecemos de herculanismo, esa rara enfermedad de complicada cura, también hemos vivido alguna que otra gesta. Pocas, cierto, pero sonadas. Alguna muy especialmente, como la del Bernabéu el 21 de abril de 1985. Aquella victoria, con un gol anotado a medias por Ramos y Sanabria ante el Real Madrid, es inolvidable, tanto que uno recuerda dónde estaba exactamente, qué baldosa ocupaba cuando el argentino empujó el balón a la red, y con quien se abrazó cuando Urízar Azpitarte dio por concluido el encuentro. Y de eso han pasado 35 años.

La gesta es acceder a lo imposible. Por eso a nadie le puede saber mejor el triunfo que a quien se apunta de antemano como derrotado. No se puede poner en duda que la afición del Liverpool salió enteramente satisfecha de la victoria que le otorgó la última Champions en el Metropolitano ante el Tottenham Hotspur. Sin embargo, a buen seguro que ese partido que dio el título de campeón de Europa a los Reds no generó el grado o nivel de satisfacción y felicidad que esos mismos aficionados experimentaron en Anfield unas semanas antes, viendo a los chicos de Klopp remontar el 3-0 que les endosó el Barça en el Camp Nou durante el partido de ida de semifinales.

La diferencia es que la victoria en la final era una posibilidad más o menos factible, mientras que remontar tres goles a un Barcelona con Messi dentro era poco menos que un milagro. Y dado que el milagro ocurrió, será la remontada de Anfield la que se pasee por la historia con más peso, por más que el trofeo lo concediera el último encuentro en el Wanda.

Nosotros, decía, experimentamos algo similar en el Santiago Bernabéu hace 35 años. Por aquel entonces vencer al Real Madrid en su feudo y en la última jornada de Liga -misión obligada para conseguir la permanencia en Primera- no entraba en la cabeza de nadie. Como ocurrió, y no andamos sobrados de éxitos, lo seguimos celebrando cada vez que el calendario señala aniversario o regresa a Alicante alguno de los ilustres protagonistas que participaron en la proeza.

El Hércules actual no tiene a Kempes, como entonces. Pero tampoco la Ponferradina juega con Míchel, Valdano, Stielike y Martín Vázquez como en aquel Madrid del 85. Lo que se da por seguro es que si este Hércules es capaz de voltear en El Toralín el 1-3 que encajó hace unos días en el Rico Pérez, el partido quedará registrado como hazaña, como gesta histórica. Sus protagonistas entrarán con honor en la historia de este club. Y nosotros los recordaremos eternamente.