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Desde mi terraza

Suave es la noche

Decía Eduard Punset, el escritor catalán, economista, divulgador científico y ex ministro, que «la felicidad es la ausencia de miedo». Pues en lo que a un servidor respecta, la frase se me escapa puesto que no se pueden combinar ambos estados de ánimo si la salud se resiente; pero si se plantea batalla? batallaremos. Por primera vez en muchos años he permanecido en mi ciudad durante las fiestas de Hogueras, bien es cierto que casi sin pisar la calle; el manoseado recurso de mi terraza todavía sirve de material aislante a pesar del ruido ambiental y la música estridente que atacaba por todos los flancos. Pero siempre hay momentos, retazos del día en que el silencio se valora más que en otras épocas del año, a pesar de los petardos en la hora de la siesta a cargo de niños (y no tan niños) a los que los padres sueltan mientras ellos dormitan bajo el aire acondicionado tras varias noches de marcha nocturna regados por litros de cerveza; así apareció la ciudad en la mañana del día 25, limpia como una patena tras la cremá de casi cien monumentos fogueriles, en un esfuerzo titánico de unos barrenderos eficaces, reyes del asfalto al alba en el paisaje después de la batalla. Pero el insoportable olor a urinario cervecero no lo pueden borrar los barrenderos, sino esa manguera municipal que se hace la remolona dada la escasez de agua y el volumen de trabajo en un Alicante arrasado por la locura fogueril. Llegan ahora las suaves noches en que el lanzamiento de los fuegos artificiales, tradición que se remonta a muchos años atrás, lanza a la calle a miles de ciudadanos que inundan la playa de El Postiguet; resulta curioso ver pasar por la puerta de mi casa a un gentío todavía ávido de fiesta que a partir de las once de la noche bajan en tropel hacia la playa, rompiendo la tranquilidad reinante en estos días post festivos. Mi terraza prefiere la oscuridad en la noche, solo alterada por el tilileo de un gran velón sobre la mesa, a la espera de que por un lateral del castillo aparezcan retazos de palmeras luminosas que rasgan el cielo; solo se ve la mitad del despliegue lumínico pero junto al ruido atronador es como si me sintiera sentado en la arena de la playa. No hace falta más para disfrutar durante horas de la calma y la suavidad de la noche, en este verano que empieza y que se vislumbra tórrido y húmedo como en las obras teatrales sureñas de Tennessee Williams: El largo y cálido verano. Si, se vislumbra largo y caluroso, y siempre con esa incomprensible incógnita política pendiente de unos pactos que se nos antojan imposibles; si es verdad que la situación puede llegar a la convocatoria de nuevas elecciones por el empeño en obstaculizar la formación de un gobierno encabezado por el señor Pedro Sánchez, la lista más votada no lo olvidemos, es para que mandáramos a todos los miembros del Congreso a sus respectivas casas, un país no puede vivir eternamente en situación de prórroga. Por mucho que los españoles sigamos con nuestras vidas al margen de esas combinaciones de partidos que son el día a día de los telediarios, no es posible vivir la placidez veraniega con tanta nube en el horizonte. Y no es justo. Nosotros que fuimos tan felices con el despertar de la democracia, con una época larga donde las dificultades y las discrepancias se iban superando, nos encontramos ahora con la inquietud política que terminará en indiferencia, con aquello de que cada palo aguante su vela, o sea el individualismo más feroz. Y eso sí sería verdaderamente malo. Vamos a ver si la quietud veraniega aclara las ideas y podemos llegar a un otoño emprendedor y vigoroso.

La Perla. «La revolución solo necesita buenos soñadores que recuerden sus sueños» (T. Williams, escritor estadounidense)

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