En 1916 Frank Knigth, economista americano, defendió su tesis doctoral titulada «Riesgo, incertidumbre y beneficio». En un atrevido ejercicio, voy a trasladar su tesis a un hecho puntual que acontecerá mañana en tierras leonesas, en Ponferrada, en un rectángulo de juego conocido por El Toralín, de dimensiones admitidas por la UEFA, 105 x 70, y con capacidad para 8.400 espectadores. La Ponferradina se fundó en 1922, qué coincidencia, y en ese campo, dos casi centenarios se jugarán cuál de ellos militará la próxima temporada en el futbol profesional en 2ª A.

El riesgo es mensurable, venía a decir el economista, que trasladado a nuestro particular evento deportivo permite domar la aleatoridad mediante un cálculo de posibilidad basado en la ciencia matemática de la estadística, tomando como base de datos los más cercanos de esta temporada; a saber, partidos ganados en casa, fuera, número de goles encajados en casa y fuera, número de goles totales, número de goles conseguidos en casa y fuera, resultados con más de dos goles a favor del ganador, y cómo no, resultado del partido de ida.

Está claro que un análisis más científico requeriría de una base de datos mucho más amplia que la expuesta, pero con escaso riesgo a equivocarme diría que el porcentaje de posibilidades de que gane el partido nuestro club ronda el 20%, y que supere la eliminatoria, menos de un 1%.

Analizado fríamente, la cosa pinta fea, muy chunga, pero lo que no predijo Knigth, es que la incertidumbre también puede ser acotada en forma de números, ya que no se conocen siquiera las probabilidades, pero sí secuencias.

Sin ánimo de calentarles la cabeza les voy a refrescar la serie Fibonacci, números nada aleatorios aunque así se vean a primera vista, 0, 1, 1, 2, 3, 5, 8, 13, 21, 34, 55... así hasta el infinito. Baste decirles que la serie se edifica partiendo del 0, 1, 1, y así, surge un nuevo número igual a la suma de los dos anteriores. También fue un matemático , esta vez del siglo XIII, Leonardo de Pisa, quién se inspiró en un matemático indio del siglo II. Y se preguntarán para qué puñetas sirven esos números si no tienen efectos en la vida real. Pues no es cierto lo aparente. Tiene numerosas aplicaciones en el campo de las ciencias de computación, matemática y teoría de juegos.

También aparece en configuraciones biológicas, como por ejemplo en las ramas de los árboles, en la disposición de las hojas de un tallo, en las flores de alcachofas y girasoles, en las piñas de las coníferas, en la conservación de las colmenas de abejas, en la reproducción de los conejos, así como en la estructura espiral del caparazón de algunos moluscos.

La serie Fibonacci muestra que existe un patrón, una regla, un algoritmo, que hace que lo caótico tenga sentido, y tenga utilidades prácticas. Se precisa averiguar porqué cada acontecimiento está relacionado con el anterior, lo que obliga a conocer la lógica de la progresión de los acontecimientos, y hay cosas que rebasan la categoría de riesgo para inscribirse en la negritud de la incertidumbre, y ahí sólo se puede ser optimista o pesimista.

Los algoritmos son un conjunto prescrito de instrucciones o reglas bien definidas, ordenadas y finitas que permiten llevar a cabo una actividad mediante pasos sucesivos que no generen dudas a quien deba hacer dicha actividad, y por no ir demasiado lejos en el tiempo, recuerden que esta temporada Real Madrid y Barcelona abandonaron la Champions con sus estadísticas a favor en porcentajes elevados cuando tenían partidos de vuelta favorables con Ajax y Liverpool. La incertidumbre batió al riesgo.

Al final, volvemos a un escritor del XX, Graham Greene, autor del Factor Humano, una novela de espías centrándose en las cargas psicológicas de los peones en el juego. Aquí radica la clave del jaque mate, ni riesgos ni incertidumbres, solo las férreas y corales voluntades de los que se visten de corto, y un entrenador que debe manejar su batuta en la mejor sinfonía de su vida profesional. Yo creo en ellos.

Un buen amigo dado a las letras me trasladó que la probabilidad de que el Hércules pasara era cero patatero. Le falta fe. Dedicado a los agnósticos como mi agorero amigo, la posibilidad de acertar el pleno de Euromillones, 5 + 2, es solo de 1 entre 140.000.000; eso, cero patatero. En su contra juegan las carcajadas que no cesan de sonar en aquellos a los que le ha tocado; y para los que aún soñamos, la probabilidad de un 3 + 0 -bonito resultado a nuestro favor, ¿verdad?-, es de 1 entre 314. En esta ocasión, y en contra de mis principios, revelaré el nombre del autor de «cero patatero», más que nada para que nunca jueguen a la lotería en el mismo número que el visionario.

Posdata: Por cierto, mi hijo Guillermo y yo estuvimos en Irún en estas fechas, y volvimos como si nos hubiera tocado el Euromillón.