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Entre pólvora mojada y fuegos de artificio

A falta de la clase práctica del viernes y del festejo de rejones del día siguiente, amén del encuentro internacional de tauromaquias del domingo, la parte mollar de la Feria de Hogueras tocó a su fin el lunes, día del santo, con un exitoso resultado de seis puertas grandes para los de a pie, que viene a ser la mitad de cuantos participaron en su conjunto. Solo han pasado 48 horas desde la Nit del Foc y ya se echa de menos el olor a pólvora, la música del trueno de tracas, la feliz imagen de los monumentos salpicando nuestras calles, la liturgia de emprender cada tarde el camino a la plaza y el eco de los corrillos y las tertulias al final de cada festejo. Qué fácil es ser feliz en Alicante cuando llega el solsticio de verano.

Irregular el balance ganadero, por meternos de lleno en la harina taurina. En cuanto a presentación, el 21 y 24 se lidiaron las reses más aparentes, de El Parralejo y Luis Algarra respectivamente. Con las figuras llegó el abuso, como viene siendo habitual. Billete grande y toro chico. Hay quien se empeña en que no es así, que para Alicante vale ese toro de estrecheces en trapío y defensas; que para aprobar sirve cualquier cosa; que un 4 es un 5, como se empeñan los alumnos irresponsables y sus padres sobreprotectores en los institutos. Incluso con un 3,5 se puede pasar. Total, ¿qué más da? Es que a algunos nos gusta rizar el rizo, hay que ver. Lo único cierto es que, en los últimos años, la deriva hacia abajo en la apariencia de las reses es más que evidente. Cuando es la carta de presentación de todos, señores, lo único que de verdad se puede garantizar a priori, porque el juego posterior se sabe que es un misterio...

Y en cuanto a ese juego del ganado, sobresalió el encierro de Luis Algarra por variedad y movilidad encastada, con dos toros para el recuerdo: Valeriano por brava alegría e Impresnado por calidad exquisita. Del encierro de Garcigrande destacó el premiado con la vuelta al ruedo, Diablito, de entre un conjunto manejable aunque de escasas exigencias. Los «zapatitos» de Juan Pedro Domecq se movieron con diversos matices, con mayor duración los tres últimos. Y para concluir por el principio, a los de El Parralejo les faltó fondo para lucir más su noblona condición. Ningún toro devuelto, aunque alguno bien pudo emprender el camino de chiqueros por acusada invalidez.

En cuanto al balance de los espadas, quedó bien claro quién manda en el ruedo. La tarde del 22 Roca Rey evidenció que su nombre es metáfora cierta hoy por hoy no solo en el ruedo, sino en el tendido. La gente le espera, le jalea, le consiente. Y no se le va ni un astado sin exprimir, aunque se evidenció que le faltó enemigo, porque su toreo es de poder y mano baja. Esa imagen de torero sobrado le pasará factura si no asume que necesita más oponente. De él depende qué dimensión pretende alcanzar: si la contundente y comprometida mostrada en Madrid, sobre todo la tarde de los «adolfos», o la versión amable de Alicante. Cortó una oreja de cada enemigo, que bien podrían haber sido cuatro por el deseo del público.

Buena imagen también la mostrada por El Juli ante el destacado Diablito. Regularidad suprema la de este torero de entendederas privilegiadas. En constante evolución su expresión, que ha ganado en templanza y ha perdido, obviamente, en novedad y capacidad de sorpresa. Veinte años, admitámoslo, son muchos, pero también suman madurez.

Y es que los veteranos brillaron a muy buen nivel. Castella cuajó al natural el sábado a un notable juampedro, mientras que El Fandi cerró la feria con su entrega habitual luciendo al estupendo Valeriano, con el que cuajó un tercio de banderillas sencillamente extraordinario.

Agridulces sensaciones se vivieron con Manzanares. Salió espoleado ante el triunfo evidente de Castella y Roca Rey, mostrando un compromiso total. Largas de rodillas, pases cambiados por la espalda inusuales en su repertorio... Pero se vio desbordado por momentos por el encastado toro de Garcigrande y, lo que es más preocupante, la ausencia de las formas y tactos que le han valido para llegar a la cima no afloraron casi en ningún momento. La expresión forzada, el ángel perdido... Como decían los antiguos, tiene la moneda y la volverá a cambiar. Pero en la feria de 2019 no ha podido ser. La contundencia de su espada privilegiada no deja de ser un auténtico bálsamo en los bajos momentos.

Y hasta aquí las puertas grandes, sumando la del debutante Ginés Marín el 21 por dos faenas muy bien rematadas con el estoque, aunque sin acabar de redondear faena, la tarde en que David de Miranda vio cómo le echaban al corral el sexto toro, ante su incapacidad para acabar con él. Una pequeña decepción la del onubense, que vivió su tarde más negra en esta temporada de auténtica revelación a nivel nacional.

Y sin cortar orejas, lo más resplandeciente del ciclo surgió de las muñecas de Morante de la Puebla el 23. La inusual regularidad de antaño de este diestro peculiar ha dado paso hogaño a un fulgor mucho más desacostumbrado y excepcional. Con el cuarto astado de Garcigrande, mansito y noblote, el sevillano se confió y nos regaló un compendio de creatividad variada, matices de cincel privilegiado, estampas del toreo de siempre fraguado y reinventado en su particular numen inspirador. Preludiado por la ejecución cadenciosamente grácil de la verónica casi perdida en la feria hasta que llegó él. Y todo a pesar de no aparentar un físico propicio. Ya lo sentenció Belmonte: «el que tiene que correr es el toro».

El resto de coletudos, aun cortando algún trofeo amable, no sumaron méritos para el recuerdo elogioso. Incluso se dejaron ir posibilidades de triunfo grande. Y tres notas tristes de la tauromaquia moderna para acabar. En primer lugar, y muy serio: nos han hurtado el tercio de varas. Muy pocos toros puestos en suerte para la única entrada que recibieron casi todos. No es que ya sea casi un milagro ver un astado que entre dos veces (¿y tres?), sino que a ninguno de los actores del toreo les interesa recuperar una suerte preciosa donde el toro es el centro. Celos profesionales, desconfianza en las presidencias ante un cambio de tercio inesperado... Lo cierto es que, cuando se da un puyazo como el que recibió el sexto de la primera tarde, el público explota de júbilo y la emoción sube exponencialmente. Por otro lado, y como consecuencia del escamoteo de ese tercio, ya no existen tampoco los quites. La propia palabra deriva de quitar al toro del caballo, al modo que viene haciendo Antonio Ferrera desde hace unos años. La intervención de varios toreros en ese tercio propiciaba momentos de rivalidad maravillosos. Ahora ya no, ahora prima el soliloquio sin compromiso. En esta feria se ha convertido en lugar común que el lidiador esperara a que los piqueros salieran del ruedo para dejar el quite de marras. Sin mayor historia. Puro trámite, monotonía enemiga del toreo.

Y por último: se nos ha olvidado que también nos han birlado la novillada de feria. Años hubo en que se anunciaba más de una, incluso. Si les van con la cantinela del festejo de agosto, pues eso: un cuento. Ya es hora de que todos (empresarios, matadores, subalternos e instituciones) se sienten y aborden esta peligrosa actualidad que está dinamitando los cimientos del futuro de la fiesta. Y que no echen balones fuera: hay que exigir a las instituciones una reducción de gravamen para los espectáculos de promoción, hay que empezar a plantearse reajustar el número de miembros en las cuadrillas para moderar los gastos, hay que pedir a las figuras que exijan también la programación de novilladas en las ferias que sostienen con su tirón, y hay que reclamar a las empresas que inviertan en el futuro, que no sean cortoplacistas y que cumplan su papel de mantenedores de la liturgia taurina, igual que se llenan los bolsillos cuando abundan los frutos. O eso, o quizá sí estemos asistiendo al principio del fin. Háganselo mirar.

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