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Huellas de belleza

Como sabemos, sobre las personas recaen huellas y recaen cicatrices. Ambas cosas nos influyen y nos hacen falta para construirnos, a modo de aportes, identificaciones, recuerdos, o a modo de roturas que darán paso a cambios. Una huella es la señal que deja alguien o algo al pasar o al rozar. O un rasgo que deja algún suceso en nosotros.

Yo tengo en mi haber, por suerte, varias huellas de belleza en las vivencias de mi infancia. Mi madre me contaba unos cuentos preciosos. Mi padre me cantaba zarzuelas y habaneras con voz de barítono. Mi abuelo me llevaba al cine y al teatro. Leía tebeos gratis los domingos en el kiosko de unos conocidos. Jugaba en la calle con mis amigas, bailábamos ofreciendo espectáculos al vecindario, nos disfrazábamos y hacíamos collares de estrellitas de sopa y lazos de papel seda que pinchábamos en una patata gorda con un alfiler para venderlos como broches. Pasaba ratos en casa de las vecinas de mi abuela, que eran modistas, allí jugaba con botones antiguos y aprendía sobre la forma de actuar de las personas. Y además mi tía Horten me enseñaba buenos trucos para no aburrirme. Uno de ellos fue inventar historias con las palabras que escuchaba decir a los que caminaban cerca de nuestro balcón.

En cambio, mi iniciación en las artes plásticas fue muy pobre. En los colegios a los que fui, solamente copiaba dibujos, calcaba, reseguía siluetas ya hechas, las coloreaba y completaba con un escueto «Felicidades» las tarjetas de Navidad, del día del padre o de la madre. O sea, que mis vivencias en este sentido fueron escasas, así que la sensibilidad que crié fue más casera que escolástica, más juguetona que cultural. A base de actividades que más bien eran juegos, como dibujar palabras en la arena de la playa, colocar preciosamente mis tesoros encima de la cama, inventar caminos en los ladrillos de cemento veteado del zaguán, escribir pequeños poemas, hacer mapas, imaginar figuras en la forma de las nubes... Pero me daba miedo crear dibujos sin pauta ninguna. Hacer algo totalmente nuevo en el papel se me antojaba imposible, este sistema de lo «medio hecho» me había convencido de que era una total inútil en materia creativa.

Vayamos ahora a las cicatrices. Una cicatriz es cuando la piel se desgarra y se crea una nueva piel para cerrar la herida, aunque ya será de otra textura y dependerá para formarse de su capacidad de regeneración, de su encarnadura. Las huellas que tenía en mi haber en temas de lenguaje, juego, curiosidad y música fueron suficientes para permitirme fructificar, por eso en mis clases siempre ha habido cuentos, teatro, música, poesía, escrituras, bailes, juego, invento, indagaciones, bromas, atrevimientos y sueños. En cambio, como mis experiencias en materia plástica, fueron tan escasas y bloqueadoras, y además en mi formación inicial se continuó con las copias y las manualidades, mi recorrido como maestra empezó con la repetición de mi propio proceso. Mis alumnos solo copiaban y hacían «trabajitos manuales».

De ahí pasé a la gran hazaña de proponerles hacer dibujo libre y trabajar en talleres, en los que se elegía el material, la tarea, el tiempo a dedicar y en los que no todos hacían lo mismo al mismo tiempo. Y además de los talleres, la realidad me proporcionó varias ocasiones, verdaderos hitos, que le dieron la vuelta a mi práctica cotidiana. Estos vuelcos fueron auténticas heridas, no solo cognitivas, sino también «narcisísticas», que me pusieron a pensar, a imaginar cosas nuevas, a estudiar, a desear y a dudar si podría o no hacer avances que fueran efectivos y útiles. Por un lado Lola, madre de unas alumnas de la escuela, que era maestra, nos explicó a mis compañeras y a mí sus creativas prácticas en las producciones plásticas en su escuela anterior de Barcelona. Quedamos admiradas y quisimos seguir indagando. Otra madre de la escuela, Rosa, museóloga, nos invitó a trabajar con los niños y niñas sobre arte abstracto. Susto y asombro, ¿podríamos?

Aquí, y aunque partimos con inseguridades, nos sujetamos el miedo y nos decidimos a emprender la aventura. Entonces se nos fueron formando otras pieles para cicatrizar, disfrutar y comenzar de nuevo. Y para que las producciones plásticas de los niños y las niñas no fueran nunca más aburridos rellenos, estereotipadas simplezas o apaños sin sentido, sino que les sirvieran para experimentar, para expresar, para pasarlo bien, para decir de sí, para soñar y para tentar la belleza con sus pequeñas y ávidas manos.

Ahora cualquier propuesta de trabajo plástico nos parece aceptable, si contiene libertad, asombro, juego, experimentación, y la silvestre belleza que producen ellos. Le hemos perdido el miedo a lo nuevo, nos hemos acostumbrado a hacer buena encarnadura. Sabemos que con lo nuestro, más lo que viene de fuera, se conformarán otras pieles, otros inventos, otras posibilidades. Y las esperamos ilusionadamente.

¿Quién se anima a huir del estereotipo y acercarse a la belleza?

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