¿Hubo violación de La Manada? ¿Doblegó la voluntad de la joven agredida? No parece que el asunto concite la simple duda más allá de la ambigüedad que concede el código penal en este tipo de delitos. Pero, además del duro mensaje que el Tribunal Supremo quiere dirigir contra la violencia sexual, está el sentido común. A una mujer acosada en el portal oscuro de una vivienda por cinco ejemplares de las características de los agresores que, jactándose de ello, se citan por teléfono para violar como quien lo hace con los amigos para jugar un partido de fútbol, no le queda más que resistir o resignarse. Si opta por lo primero, y dada la desigualdad física, posiblemente será peor para ella. ¿O es que alguien cree que tipos de esa calaña, que presumen de forzar a las mujeres, se retiran educadamente cuando la víctima de turno decide resistirse?

-Oye es que, pensándolo bien, no quiero.

-Nada, pues nos vamos, no te preocupes.

Los jueces del Supremo han decidido endurecer las sentencias iniciales basándose en la petición de la Fiscalía. La pena podría haber sido aún más elevada si los acusadores hubieran decidido reclamar varias agresiones en vez de una continuada. Se llega a ello, es verdad, después de una fuerte y continuada presión social. Pero ¿quiere esto decir que la enmienda de los magistrados ha sido únicamente fruto de la protesta generalizada en las calles, los medios de comunicación o las redes sociales? Quiero pensar que se trata de justicia ante esa línea frágil interpretativa entre abuso y violación que ofrece la ley. Entender, como se hizo en las dos primeras sentencias, que no hubo intimidación y violencia de unos agresores que actúan en grupo frente a una chica en un portal oscuro después de que han conseguido acompañarla hasta allí con el firme propósito que todos conocemos es como mínimo desconcertante. Por mucho que un código penal, que exige revisión, permita columpiarse.