En la fotografía se ve a un hombre con cara de pesar observar un cauce seco. Apoya el pie derecho sobre un enorme canto rodado. Es el fondo de un valle cubierto por vegetación de secarral. En el pie de foto: de niño pescaba en este río. Es Nentón Guatemala, una región devastada por la sequía.

En 1845, Irlanda fue invadida por un hongo, «Phytophthora infestans», que diezmó la cosecha de patatas, el alimento básico de la mayoría de los irlandeses pobres, que eran casi todos. Pobres y sometidos a unas leyes injustas del Gobierno británico que dominaba la isla. Murieron millones y millones emigraron, sobre todo a EE UU, que era tierra de acogida. Allí prosperaron formando una comunidad que hoy tiene mucho poder, sobre todo en el Este, donde quedó la mayoría. Aún hoy una buena parte de los policías de Nueva York es de origen irlandés. Así los premió la ciudad por su celo en la construcción de Central Park, una tarea que dio trabajo a cientos de irlandeses inmigrantes. Eran otros tiempos.

En Nentón hay muchas madres sin hijos, muchas esposas sin maridos, muchas abuelas sin nietos. Se han ido, algunos lograron llegar a su destino, EE UU; otros murieron por el camino, muchos perecieron por hambre en su pueblo. No hay comida porque no hay agua. Ni siquiera tienen ya tierras, las tuvieron que devolver a sus propietarios porque no pudieron pagar las hipotecas. Da igual, están en barbecho, ni siquiera queda gente para cultivarlas si se produjera el milagro del agua. El cambio climático los está matando. Saben que el viaje al Norte es peligroso, que se enfrentaran a robos, secuestros, agresiones, deportaciones, homicidios. No les importa, no les importa a los niños que declaran que pronto se echarán a la ruta, no les importa a las madres que los estimulan para que se vayan: aquí no hay comida.

Esta es la realidad, el cambio climático ya está aquí y, como se esperaba, son los más pobres los que lo sufren más. Porque EE UU ha soportado en los últimos años agresiones atmosféricas que causaron enormes destrozos, cuantiosas pérdidas incluso humanas. Pero nada comparable con las que sufren en los países más pobres. Allí no solo devasta más, además no tienen medios para reparar el daño, al contrario, ahonda en la pobreza, los arroja más abajo en ese hoyo de miseria y desesperación. Qué importa perder la vida en el intento de huir de una muerte segura.

La Fundación Princesa de Asturias premia a dos científicas cuyas investigaciones pueden ayudar a moderar las consecuencias del efecto invernadero. La doctora Joanna Chory está embarcada en modificar genéticamente las plantas para que absorban hasta 20 veces más CO2. De conseguirlo y demostrar que no tiene consecuencias negativas para el equilibrio ecológico, la estrategia sería introducir ese cambio en los cultivos extensivos y poner a esas plantas, maíz, trigo, colza, soja, a captar CO2. Precisamente la otra premiada, la doctora Díaz estudia el beneficio de la biodiversidad, contra la que atenta los cultivos extensivos. Ella investiga cómo «influye directamente en nuestra capacidad de contrarrestar el cambio global».

Somos emigrantes. Salimos de África hace 40.000 años. Hace quizá 30.000 llegaron a España los primeros «Homo sapiens» que fueron sustituidos, sucesivamente, por oleadas de emigrantes que se habían asentado en el Este. Probablemente dejaban su territorio en busca de mejores tierras, o expulsados por un aumento de la población, o un cambio climático, o el poder de clanes. O quién sabe si huían de su lugar por motivos ideológicos o religiosos. Como los que impulsaron a los «padres de la patria» a crear en Nueva Inglaterra una sociedad acorde a sus principios.

Pero ahora ya no es lo mismo. Aquella tierra inmensa, apenas ocupada, dice que ya no puede recibir más inmigración, que se cierren todas las fronteras, que esas hordas de menesterosos que huyen de la pobreza regresen a sus casas. Una pobreza que tiene muchas causas, una de ellas el cambio climático. Un cambio climático inducido fundamentalmente por los países más industrializados, EE UU el primero.

Pero todos somos responsables, con nuestra actitud diaria, con nuestras elecciones, inducidas por la oferta, por la comodidad. Los compromisos de los gobiernos son importantes, por eso el sabotaje de EE UU a los acuerdos de París tienes tanta trascendencia. Subir un grado la temperatura en casa en invierno, o bajarlo en verano, con los sistemas de acondicionamiento de aire, se nota poco. Pero que la temperatura media de la Tierra suba un grado tiene efectos devastadores, y por lo que parece la influencia no es lineal, puede haber una aceleración a medida que sube la temperatura. Por eso el compromiso de limitar la subida es tan importante.

Mientras eso se debate, nosotros, como dice RNE 5, podemos hacer gestos, pequeños gestos, para salvar el planeta. Aunque realmente no es para salvar el planeta, sino nuestra vida en él. La Tierra seguirá con otra vida.