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El indignado burgués

No se puede vivir con un Franco

Entre las películas españolas sobre la posguerra que más me emocionan está la genial -en mi humilde opinión- Pájaros de Papel de Emilio Aragón, el ejemplar más afinado de una saga de payasos que lideraba su padre Miliki. Sin destriparles para nada el argumento, si no la han visto, el momento mágico que liga el pasado con el futuro es la canción No se puede vivir con un Franco, que habla de que la camisa azul ya se le destiñó porque estaba requeté-usada y no la puede tintar de rojo como sería su gusto. Y que, desde luego, en España no se puede vivir con un franco (la moneda francesa de referencia, que ya se les habrá olvidado a los que han nacido con el euro). Obviamente el artista de varietés no se refería al papel moneda en la España de la Victoria para algunos y de la depresión, la ruina o el exilio para otros tantos.

Pero hagamos lo que hagamos en España no nos quitamos de encima esa sombra, y eso que en los primeros tiempos de la democracia nos las prometíamos muy felices. La diminuta figura del dictador es utilizada por los nacionalistas, tirándosela a los españoles sin querer recordar que los representantes de la burguesía catalana, que son los promotores y paganos del procés, recibieron a Franco bajo palio en Barcelona, siendo los más entusiastas franquistas del orbe (sólo por detrás, curiosamente, de los industriales vascos).

También la utiliza Sánchez cuando quiere sacar la momia del Valle de los Caídos, que no dejaba de ser un contrasentido semejante mausoleo para un tipo tan siniestro, pero tampoco estorbaba demasiado, peores cosas veredes. Y para colmo de males la ultraderecha resurrecta -¿pero dejó de estar ahí en algún momento?- enarbola un estandarte que sirve igual como martillo de herejes, inmigrantes, feminazis, moros y negratas como para cerrar España contra los que quieran irse y desde luego con los que no comulgan con sus ruedas de molino. Muy aleccionador todo, Franco estaría encantado.

En realidad, da igual lo que pensemos, los fantasmas nunca desaparecen porque son producto de la mente de los humanos. Ni Hitler, ni Franco, ni Stalin, ni Atila, ni Vlad el Empalador, ni Calígula, ni ninguno de los grandes malvados de la historia llegaron a ser lo que fueron por talento criminal propio, son el resultado de una concatenación de fortunas, casualidades y de masas enfervorecidas que, primero motu propio y luego por miedo, les aclamaron casi hasta el día de su muerte. El problema de la historia es que los ecos de lo que sufrieron los perdedores se acalla enseguida, mientras que las aristas de los poderosos se suavizan con el paso del tiempo, de tal forma que por volver al caso de Franco puede ahora parecernos a muchos un estadista ni mejor ni peor que Nixon o Mao, que fueron contemporáneos.

Por eso es que los muertos siempre están mejor bien enterrados y bajo siete llaves -como el sepulcro del Cid- y sin removerlos demasiado para no ponernos perdiditos de polvo. Eso y tener en cuenta que el presentismo en historia -analizar los hechos del pasado desde la visión actual- es una pésima costumbre. Para mis hijos Franco es tan antiguo como los Reyes Católicos y seguramente está bien que así lo sea y ninguna necesidad hay de actualizarlo, ni de demonizarlo ni de angelizarlo, si es que me admiten el palabro, que lo bueno del que escribe es que marca las normas y por mucho que el lector proteste de poco le vale. Ya sé que soy antipático, pero me han dibujado así.

Me temo muy mucho que las circunstancias no van a cambiar en los próximos años, donde seguiremos dándonos «francazos» unos contra otros y todos contra el resto del mundo. Han resucitado oxidados dictadores, recuperadas rancias ideologías y mucho más rancias costumbres a través de las nuevas tecnologías, lo que no deja de ser un contrasentido. Nunca me he fiado del todo de que el progreso sea siempre un movimiento hacia adelante, culpa mía que me he quedado ideológica y culturalmente en la segunda mitad del siglo XIX, que ya es ser antiguo, donde el progreso de la Humanidad impulsado por los adelantos científicos iban a ser un no parar. Lo malo es que todos mis recelos contra las redes sociales se cumplen plenamente, lo que dice muy poco del ser humano y su capacidad de utilizar adecuadamente las novedades: descubres la dinamita y vuelas en pedacitos a congéneres, la fusión del átomo provoca Hiroshimas y Facebook airea hasta la náusea conceptos apolillados.

Si los vecinos denunciadores ante la Inquisición de presuntas brujas hubiesen dispuesto de Twitter, las hogueras se hubieran visto desde Júpiter y tendrían que haber recurrido al butano para quemar a tantos, no habría maderos para tantos autos de fe. Franco se ve favorecido en la imagen que de él venden algunas redes sociales porque la realidad, lo que fue la posguerra y cómo se llegó a la Guerra Civil, nos preocupa sólo a unos pocos estéticos que no pintamos nada y no sé ni qué hacemos en este mundo. En fin, así es la vida.

P.S. ¿A que muchos de ustedes pensaban que iba a escribir del otro Franco, de Don Ángel? Pues va a ser que no, esta vez por lo menos.

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