Como años anteriores, en torno a la fiesta del Corpus Christi, presentaremos y ofreceremos la Memoria anual de Cáritas Diocesana; os animo a conocerla. Es cierto que unas páginas y unas cifras no pueden contener la extensa vida de Cáritas, tejida por múltiples servicios y con cada lágrima enjugada y cada sonrisa compartida, pero sí pueden mostrar parte de una gran tarea realizada y de un importante camino recorrido.

Con este escrito quiero, por una parte, mostrar gratitud y reconocimiento, en nombre propio y de toda la Diócesis de Orihuela-Alicante, a la gran familia de Cáritas, a los voluntarios, a los trabajadores y a los participantes. Y por otra, quiero detenerme en el manantial del que nace Cáritas, y la misma Iglesia en su labor caritativa y social, y que es, precisamente aquello que el día del Corpus se nos vuelve a manifestar y que gozosamente celebramos.

En el presente año, la Fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo se celebra hoy, día 23 de junio, y la liturgia, con la narración de la Última Cena que Pablo hace a los Corintios (1 Cor 11, 23-26), nos vuelve a proponer aquellas palabras tan fuertes y concretas: «Esto es mi cuerpo», «Esta es mi sangre». Es el misterio de una continua y particularísima presencia. Jesús, en la Eucaristía, no solo está presente realmente (que ya es algo grande), sino que está presente como cuerpo «partido» y como sangre «derramada», está presente en entrega y donación total.

Jesús instituye la Eucaristía después de proclamar el mandamiento nuevo y lavar los pies a los apóstoles, gesto con el que les propone un programa de vida basado en el amor y el servicio. Jesús, que se nos entrega totalmente en la Eucaristía, por medio del Espíritu introduce en nuestros corazones su propio amor, un amor que nos urge a perdonar, acoger y servir, a salir al encuentro de nuestros hermanos que sufren y hacer de nuestra vida una donación. El amor, que Jesús vive y nos enseña lavando los pies a los apóstoles, no se ejerce pasando de largo o permaneciendo en la propia cabalgadura, sino abajándose, como hizo el Buen Samaritano, para recoger al hermano que sufre heridas físicas, psicológicas o morales. Este es el camino de los discípulos de Jesús.

El amor cristiano, el amor de Cristo en nosotros, debe impulsarnos a vivir desde el perdón, la compasión, la fraternidad y el servicio a nuestros hermanos, porque también en ellos Jesús ha querido quedarse, por eso nos dijo: «Lo que hicisteis con estos mis humildes hermanos, a mí me lo hicisteis» (Mt 25,40).

Jesús nos ha revelado que Dios es amor y que el amor es la sustancia de la vida, su esencia; sin el amor, sin la vida que procede de Él, estamos muertos. «Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos. Quien no ama permanece en la muerte» (1Jn 3,14). Así San Juan nos hace comprender el motivo por el que el mundo, de tantas maneras, es presa de la muerte.

En el interior de la historia, la misión de la Iglesia es la de revivir el destino de su Señor y Maestro, en la medida que lo sigue y lo sirve. La Iglesia es llamada para, enviada al mundo, ser misionera de su amor. El amor, que es la vida que Jesús desea dar al mundo para que éste se salve.

La fe y el amor es lo que distingue y caracteriza a la comunidad cristiana en su vivir dentro de la historia. Los discípulos de Jesús serán reconocidos por el amor de los unos por los otros, con un amor como el suyo (Cf. Jn 13, 34-35). Amor no solo como sentimiento, sino sobre todo como comportamiento hasta el extremo, en la Cruz está su referencia y medida; medida que en nosotros solo se puede dar como don, como gracia que nace del corazón de Dios y nos es dada a nosotros por medio de Jesús, su Hijo. El sublime sacramento del amor, la Eucaristía, donde Jesús se nos da, nos hará capaces de ese amor; salvará a la humanidad.

Feliz día del Corpus. Día de la Caridad. Con mi afecto y gratitud, especialmente a la gran familia de Cáritas.