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Algunas veces

lgunas mañanas me sobra todo: me sobran dudas, miedos, temores. Me sobran meteduras de pata, equivocaciones imperdonables, olvidos infantiles, malentendidos embarazosos: desperfectos mentales que, a partir de una cierta edad y con el paso de cada minuto se acentúan y repiten recordándome que el tiempo pasa, que la lluvia siempre llega y que la marea del océano acaba subiendo hasta arriba y anegándote al fondo de todo y de todos. Algunas veces quizá sería mejor que no nos levantáramos por la mañana: ponernos en «off» total hasta que alguien nos asegure que no habrá moros en la costa, ni dragones surcando los cielos, ni alimañas escondidas en los senderos. Algunas veces es mejor no estar, y casi, casi, ni ser.

Algunas veces las explicaciones de la izquierda no tienen desperdicio. Oigo a Errejón muy seguro diciendo en la radio que, tras darle muchas vueltas, cree que en Madrid ha ganado el miedo frente al buen gobierno de Carmena, y que «en la capital se ha normalizado (así, en impersonal) una especie de antropología neoliberal» en la cabeza de los madrileños (ergo, los madrileños son una especie humana menor, a la que es fácil implantarle lo que sea menester). Tampoco dice nada de los errores de Carmena o su equipo, ni de los bastonazos que se han repartido entre las filias de Podemos y las fobias de Más Madrid, ni de las dificultades de comprensión de su discurso (quizá por el ruido de los bastonazos). A la izquierda, algunas veces, no se le entiende nada. Lo contrario que a la derecha, que esta vez se le está entendiendo todo.

Algunas veces queremos que todo estalle, y a ser posible en directo: que el Etna erupcione a la hora de la siesta, que al Madrid le metan 0-6 en el Bernabéu, que los diputados «tories» acaben a hostia limpia por el Brexit en la Cámara de los Comunes, que pillen a un ministro socialdemócrata entrando a un burdel de buena mañana, que el presentador del telediario salga borracho a dar las noticias.

La bronca, el insulto, las fake news, el morbo, nos gusta, nos pone, nos atrae. Es la reina Cersei desnuda recibiendo escupitajos, o el primer ministro de Black Mirror con el cerdo esperándole en la habitación, o los platós en la plaza de Alcásser (Netflix acaba de estrenar el documental El caso Alcásser) con una Nieves Herrero compungida hasta la náusea. Lo horrible y lo cutre, de vez en cuando, nos gusta, nos pone, nos atrae.

Algunas veces todavía tienen que venir de fuera para que nos enseñen algunas cosas. Es lo que está pasando con Manuel Valls, que con cada frase que dice clarifica conceptos y actitudes, mientras va dejando un poco más en pelotas (casi como cuando debutó en política, con aquella foto desnudo en su primera campaña) a Albert Rivera, el primer campeón de debate del mundo mundial que queda mudo durante casi un mes, desde las elecciones municipales: además de conseguir que desde Francia y Europa le pongan la equis, y achicharrar cada día un poquito más a Inés Arrimadas (que mira que era difícil...), lo peor es ver arrumbada la posibilidad de tener un partido moderado en el congreso español con capacidad para disputar el poder de los nacionalismos de todo tipo y condición. A ver si en vez de Ciudadanos tenía que haber sido UPyD...

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