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Se habla de China

Estos días se habla mucho de China y hay razones para hacerlo. Por una parte se acaban de cumplir 30 años de la brutal matanza de estudiantes en la plaza de Tiananmen el 4 de junio de 1989, y por otra hay problemas en Hong Kong donde ante la fuerte protesta popular Carrie Lam, presidente del gobierno autónomo, ha tenido que renunciar a imponer (por ahora) una ley que autoriza las extradiciones al territorio continental. Además arrecia la guerra comercial con EEUU que pone en cuestión el crecimiento de la economía mundial, mientras Xi viaja a Pyongyang y se especula con que tratará de mediar en la crisis que enfrenta a coreanos y norteamericanos para llevar algo en el bolsillo cuando se encuentre con Trump en la próxima reunión del G-20. Por si fuera poco, se está produciendo un acercamiento entre Moscú y Beijing que ha cristalizado en la reciente ?rma de numerosos acuerdos cuya razón última está en el deseo de construir un frente común frente a Washington. También hay dudas y recelos generalizados en torno a esa descomunal red de comunicación llamada "Ruta de la Seda", tras la que unos ven ?uidez comercial y otros un designio de dominación mundial. Y siguen las críticas por la represión política de musulmanes en Xinjiang donde se dice que un millón de uighures están recluidos en "campos de reeducación". Son cuestiones de enjundia su?ciente como para explicar el interés generalizado por la que está a punto de convertirse en la primera economía del planeta, un país históricamente reacio a satisfacer curiosidades ajenas y que de repente ha entrado pisando fuerte en la geopolítica mundial.

El siglo XX se caracterizó por la competencia entre tres grandes ideologías: Comunismo, Fascismo y Liberalismo. Desaparecido el primero y derrotado el segundo, el Liberalismo podía presumir de ser vencedor y así lo proclamó Francis Fukuyama con su famosa frase de que había llegado "el ?n de la Historia" con la hegemonía incontestada de los Estados Unidos, algo de lo que debió arrepentirse cuando ataques terroristas derribaron las Torres Gemelas y mostraron al mundo su vulnerabilidad. Hoy la competencia ya no es entre ideologías sino entre diferentes modelos de organización social que se quieren pragmáticos, entre un modelo basado en la democracia y la libre empresa y otro que se basa en el autoritarismo y la economía dirigida. El primero lo dirige Washington y el segundo lo capitanea China. Su máxima expresión es estos mismos días es la pugna en torno a las redes 5-G por el dominio mundial de la revolución digital, que los europeos seguimos como meros espectadores pues en esta pelea tecnológica ni estamos ni se nos espera.

Porque mucho ha llovido desde que Deng Xiaoping aplastó la revuelta estudiantil de 1989 y aceleró la construcción del modelo "un país, dos sistemas" que tres décadas más tarde ha logrado que la renta per cápita suba de 700 a 10.000 dólares, que 300 millones de chinos hayan entrado en la clase media, que 130 millones hayan ido de turismo al extranjero el año pasado y que, como consecuencia, el 84% de los ciudadanos se declaren contentos con su gobierno, una cifra difícil de igualar.

El director del FBI, Christopher Wray ha dicho que China es una amenaza porque se opone tanto a la democracia como a un orden internacional liberal dirigido por los Estados Unidos. Y aunque es cierto que Beijing propugna un orden internacional diferente al plasmado por los vencedores de la Segunda Guerra Mundial y de?ende un régimen de corte autoritario, China no ataca directamente la democracia sino que se limita a pensar que a ella no le conviene y en cuanto al orden liberal, lo cierto es que es Donald Trump el que está voluntariamente renunciando al liderazgo mundial. Richard Haas llama a eso "the withdrawal doctrine".

Pero que no lo exporte no implica que no se extienda y ese es el problema. Yo no creo que China trate de exportar su modelo basado en el maridaje de política, economía y Partido Comunista porque repetidamente a?rma que cada país debe buscar su propio camino sin injerencias externas y porque se basa en condiciones únicas: nacionalismo, autoritarismo de raíz confuciana, un mercado interno descomunal y una mano de obra muy abundante. Más que exportar su modelo, lo que le ocurre es que otros lo intentan copiar, al menos en parte, al amparo de un éxito económico que nadie pone en duda y que de alguna forma contribuye a legitimar ante muchos el autoritarismo que lo inspira. Eso explica el éxito de formas autoritarias de gobierno que crecen en el mundo a expensas de la democracia, que está en retroceso los últimos años como con?rman los informes de Freedom House y muestra la proliferación de líderes como Erdogan, Bolsonaro, Duterte, Maduro, Orban y tantos otros que no desdeñan las fórmulas democráticas para llegar al poder y lo utilizan luego para recortar derechos y libertades. En juego están valores occidentales como la democracia, las libertades civiles, los derechos humanos y la separación de poderes. Por eso la Unión Europea cali?ca con razón a China como "rival sistémico".

El mundo se encamina hacia un G-2, un dominio compartido entre los EEUU y China (ninguna economía europea estará entre las diez primeras en 2050), y reconforta saber que una encuesta de Pew Research Center en 25 países da como resultado que el 65% de los entrevistados pre?eren vivir en un mundo dirigido por los Estados Unidos y que solo el 19% optaría por uno dominado por China. Yo también.

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