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"Black Mirror" ya no es tan negra

La serie de Charlie Brooker ofrece en su quinta temporada tres ideas menos pesimistas y de irregular ejecución

En la variedad está el disgusto. Forma parte del ADN del seriófilo más purista la precariedad de las afinidades electivas cuando le tocan mucho los guiones. Y se cambian las reglas del juego en mayor o menor medida. Pasó con "Juego de tronos" (anda, si ya casi nadie se pelea por ella, qué efímera es la polémica más grande en estos tiempos de pensamiento tuit y muros de lamentaciones) y ahora, en menor medida, con Black Mirror. Resulta que a muchos admiradores de la primera entrega (fascinados, cómo no, por el memorable y acidísimo episodio en el que un político es chantajeado para fornicar a lo guarro ante todo el mundo) les parece poco menos que una traición que la imaginación de Charlie Brooker haya ido perdiendo negrura y profundidad paulatinamente hasta mostrar una paleta de colores más variada y ligera. Y, en el caso de la quinta temporada, con un cierto barniz de esperanza. ¿Cómooooo? ¿Esperanza en las historias de este profeta de las consecuencias nefastas que las nuevas tecnologías tienen para el ser humano? ¿Hemos perdido por el camino el pesimismo sobre las redes sociales que nos acorralan, los móviles que inmovilizan nuestra atención? La quinta temporada (corramos un tupido velo sobre el fallido experimento de Bandersnatch) solo tiene tres episodios, lo que podría indicar la aceptación por parte de sus creadores de que las ideas escasean y el peligro de la repetición ya es una realidad difícil de esquivar. Las dos primeras temporadas eran más moderadas en número de entregas y no presentaban errores graves. Las dos siguientes tenían capítulos que sobraban, aunque joyas como San Junipero compensaban los deslices. Un episodio, por cierto, que ya insinuaba ese giro en la mirada hacia el futuro con cristales menos oscuros. Las tres nuevas historias de Black Mirror para Neflix son, al margen de su colorido o rectificación del tiro, un ejemplo de cómo unas ideas atractivas (no excesivamente originales, cualquiera que haya leído a Philip K. Dick, Stephen King o Ray Bradbury me dará razón) no acaban de cuajar todo lo que cabía esperar, bien por unos desenlaces desajustados con las expectativas creadas, bien por el desplome de algún personaje que nos las prometía muy felices con su infelicidad. Sobre todo, en el caso de Rachel, Jack y Ashley Too, que arranca como un tiro, progresa adecuadamente y se pega un ídem en el pie al final dejándote casi al borde del cabreo por desperdiciar una vía tan interesante con esas vidas paralelas de una adolescente, una estrella de la canción y una muñeca robótica. El fenómeno fan, las relaciones vampíricas, el negocio implacable del ocio, la crudeza invasora del egoísmo y la codicia: y la tristeza devastadora de sus víctimas. Buenos mimbres de costuras horteras para un cesto que no termina de llenarse. Lo mismo sucede con Striking Vipers, un mejunje pretendidamente audaz que une pasiones homosexuales (poco convincentes) con vidas conyugales insanas y videojuegos de realidad virtualmente gozosa (y perturbadora). El final es tan previsible y comodón que dan ganas de retirar el saludo a quien lo pensó. Añicos está cerca de ser un título redondo con sus aristas sobre la soledad, las hieles sociales y el desorden mental de los humillados y ofendidos. Y ahí sí que funciona un final abierto en canal.

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